domingo, 29 de enero de 2017

LAILA NEFFA, UN PUENTE ENTRE LENGUAS Y CULTURAS

                                                        
                                                                   Laila del viento y de la luz y el verso,
                                                                                             Laila de alguna antigua hechicería,
                                                                                             Laila del sabio corazón inmerso
                                                                                             entre cedros, como una alegoría.
                                                                                                        Dora Isella Russell
                                                       


                                                         En 1921, cuando ejercía la presidencia del Uruguay Baltasar Brum –dirigente del Partido Colorado y después mártir de la libertad bajo la dictadura derechista de Gabriel Terra-, arribó a Montevideo Rezcala Neffa (1887-1964), un joven y emprendedor libanés de fe católica maronita quien fue con los años prominente hombre de negocios y al que en mérito a su prestigio el gobierno libanés, al acceder a la independencia su patria en 1943, lo designó primer cónsul en la capital del país de Artigas. A poco de llegar casó con una joven también de su comunidad y religión: Zubaide Chain y de ese  matrimonio nacieron tres hijos: Laila, Suhad y Ais fallecido en la adolescencia.
                                                            Laila Neffa, educada trilingüe en castellano, francés y árabe y lectora apasionada,  demostró ya en  la infancia inclinación por las letras y  a la edad en que se comienzan a suplantar las fantasías de la niñez por las ensoñaciones juveniles, llevó a cabo el desafío de verter al español poemas y sentencias de Gibrán Jalil Gibrán, Marie Ziade,  Al Karane, Jorge Assaf y Tufic Muffarrey .
                                                   Tan temprana vocación literaria recibió el espaldarazo de sus profesores en el Liceo Zorrilla: Emilio Oribe y Juan Carlos Sabat Pebet, docentes que  para ella fueron auténticos maestros  y guías espirituales. También tuvo el aliento de Juana de Ibarbourou y la poeta de “Las lenguas de diamante” prologó su primer libro: “Voces de Oriente. Trozos de literatura árabe. Traducción y notas biográficas”; una antología con las versiones de los creadores libaneses antes mencionados que se publicó en Montevideo en 1938. “De las huríes del Profeta –escribió entonces Juana de América- desciende, sin duda, esta niña de pura ascendencia árabe y de rostro cuya belleza es una confirmación de la célebre hermosura que ha hecho famosa a las mujeres de su raza, Laila Neffa (…). Vino hacia mí, trayendo una carpeta con traducciones de Gibrán Jalil Gibrán, el maravilloso poeta libanés, que bajo el milenario cedro de Bcharri, hizo canción de sus sueños, y, para asombro y beatitud del mundo, transformó en profunda poesía, su juventud signada por el dedo de la locura”.  
                                                      La aparición de “Voces de Oriente” resultó todo un acontecimiento cultural en el medio uruguayo y no sólo allí. La obra mereció juicios consagratorios del afamado Cónsul General de Turquía en Buenos Aires -a quien Lugones dedicara el “Romance del Rey de Persia”-: el Emir Emin Arslán, de los argentinos Raimundo Lida, Bernardo Canal Feijóo, Fermín Estrella Gutiérrez, Arturo Capdevila, César Tiempo  o Emilio Ravignani; así como de  personalidades y medios  de prensa de Brasil, Colombia, México, España, a los que se sumaron los ecos provenientes del Líbano y hasta del Lejano Oriente, sin dejar de recordar  la conceptuosa carta autógrafa que envió a la autora el filólogo, romanista e hispanista alemán Kart Vossler. 
                                   
                                                    Si bien cuando Laila se inició en las letras la mayoría de los escritores uruguayos de la llamada Generación del Novecientos, con Rodó a la cabeza, habían muerto a excepción de Horacio Quiroga que se suicidó en 1937, Carlos Reyles fallecido en 1938 y el filósofo Carlos Vaz Ferreira que vivió hasta 1958, le fue dado  a ella mantener trato amistoso y hasta discipular, en ocasiones, con varias otras figuras culturales de prestigio nacional y renombre internacional. Así con Carlos Sabat Ercasty tan admirado por Neruda, con Jules Supervielle, con los nombrados Oribe y Sabat Pebet, con el pintor  y teórico del arte Joaquín  Torres García o con el escritor épico y escénico de “Los Mayas” y “La epopeya de Bolívar”, general  Edgardo Ubaldo Genta.                 
                                               En 1943 entregó a la imprenta un segundo volumen de traducciones de escritores libaneses contemporáneos y entonces Emilio Frugoni, el  prosista de “La esfinge roja” además de poeta, jurista, diplomático, parlamentario y fundador en 1910 del Partido Socialista del Uruguay le expresó, en carta fechada en enero de 1944,  entre otros conceptos elogiosos: “Estoy en deuda con Ud. desde sus “Voces de Oriente” donde su fino espíritu femenino y su inteligencia penetrante resplandecen en el arte de fieles traducciones y en la aguda comprensión del alma y el genio de un gran poeta inmortal de su raza y del mundo”    

                                           Un par de  años antes, sin duda inspirada en los diálogos sobre temas cervantinos que sostenía con Sabat Pebet, autor algo más tarde de “Cervantes, en la aventura entre el querer y el poder”,  puso punto final al ensayo “De Don Quijote a Carlitos Chaplin”, un paralelismo entre el Caballero de la Triste Figura y el genial personaje cinematográfico de risible galera y bastón, vinculados a través de los siglos por el ideal y a veces la tristeza o al menos la triste sonrisa. En tanto, trabajaba los sonetos y otras formas poéticas  que integrarían su primer poemario: “Aís” (1951),  homenaje de tono elegiaco al hermano muerto.   Luego de un prolongado tiempo sin editar libros, aunque no de silencio dado que publicaba a menudo en diarios y revistas de ambas orillas del Plata y comenzó a colaborar en La Prensa en 1964, dio a la imprenta en 1999 “El ángel y la rosa”  y en 2006 “El universo de la rosa”, ambos ilustrados por Hermenegildo Sábat y cabales  testimonios, uno y otro, de ductilidad poética, dominio métrico y estilístico,  alta inspiración y  edificante mensaje espiritual. Algunos de los sonetos de esos libros, “de elocuencia digna de Quevedo”, a juicio de Federico Peltzer, son antológicos en su leve melancolía: “Es el otoño irremisible y tierno./ Es la paz que nos llega de algún lado,/ en la sangre y el goce sosegado./ Las voces se decantan y el invierno/ resbala suavemente en el materno/ cuenco de trascendido, enamorado/ y rutilante barro despiadado,/ sin auroras, voraz y a veces tierno./ En nubes de memoria se diluyen/ trofeos, sueños y batallas. Rondan/ los vientos entre quietas ramas blancas/ y viejas soledades fieles huyen/ y vuelven y nos hablan y se ahondan/ y nos tienden sus leves alas francas” (Otoño)     
                                         Laila Neffa se casó en 1958 –antes de obtener la ciudadanía argentina- con el hombre público y diplomático doctor Guillermo de la Plaza (1918-2011), pariente próximo del presidente Victorino de la Plaza y embajador de la República Argentina en Uruguay durante ocho años, donde concretó la firma del  Tratado del Río de la Plata entre la Argentina y el Uruguay. (Antes de la Plaza fue embajador en Bolivia y después lo sería en el Líbano).  De manera especial en Montevideo, y previsiblemente dado su arraigo familiar, el papel de la esposa del jefe de la representación de nuestro país, entonces con sede en el Palacio Berro,  trascendió  el aspecto protocolar. Testigo de ello fueron, por ejemplo, los entonces funcionarios de la embajada y destacados escritores Silvia Ovejero y Javier Fernández, que ya retirados seguían comentando el hecho con simpatía.  
                                      Hoy, en sus altos años, en su casa de la calle Larrea y Santa Fe en el barrio de Recoleta, vive  rodeada de recuerdos que no la anclan en el pasado. Sigue escribiendo y con su  ingenio, amabilidad, fineza y cultura sabe dar a las reuniones amistosas que convoca, el toque mágico de auténticas tertulias culturales.
                                       A veces, en medio de ellas, miro por algún ventanal e intuyo afuera el apuro de tantos seres sin  tiempo para deleitarse con los eternos valores del arte y la belleza.      

                                            (Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 29 de enero de 2017)

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