Sobre la detención del general César Milani en
Empero, también, será atendible considerar al respecto algo que se ha podido advertir desde que comenzó a circular
la noticia de la prisión preventiva del militar. Se trata de la no ocultada
satisfacción de ciertos factores de
poder, léase medios o multimedios, por
la actual situación procesal de Milani; cosa compartible si se está de acuerdo
con que todo genocida debe estar preso sea quien sea.
Sin embargo, se desprende de esa publicada complacencia una
interrogación: ¿para algunos analistas, el
pecado de Milani fue su participación en la llamada guerra sucia o haber
pertenecido del gobierno de la doctora Cristina Fernández de Kirchner; y en tal
caso, la penalidad por aquel delito no valdrá
sobre todo para castigar este otro?
¿Por qué? Pues porque no es
novedad alguna que esos mismos grupos de presión -hablo de tales lobbys y no de los familiares de
procesados o condenados cuya preocupación y sufrimiento humanamente se comprende-,
ya desde antes de asumir el actual presidente comenzaron o intensificaron una campaña a favor de que se
detengan los juicios por delitos de lesa humanidad. Y lo vienen haciendo con
apelación a todo tipo de argumentos: desde
la invitación a mirar hacia delante y cerrar el pasado, al negacionismo liso y
llano. Y desde un súbito bautismo en la fe del recientemente fallecido pensador
francobúlgaro Tzvetan Todorov y su tesis
sobre los “abusos de la memoria”, a enternecer con reclamos por la alta edad de
los presos, tema que no convendría
agitar mucho porque surgen de inmediato en la memoria colectiva, a contrario
sensu, por ejemplo los cortos
años de las víctimas de la Noche
de los Lápices o los días apenas de vida de los bebés robados.
El
oxímoron es un válido recurso literario, la incoherencia interesada en materia
política se llama cinismo.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre,
el 20 de febrero de 2017 y se reprodujo en La Prensa el 21 de febrero.)
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