Un lector de La Prensa
criticó el sábado 4 de febrero el fallo del
magistrado del Tribunal 1 de Necochea que juzga inconstitucional la ley, promulgada por la
dictadura que se instauró en el país en 1966,
por la que se sanciona con multa al que ofenda la decencia pública. Pero el
juez Mario Juliano fue más allá en su decisorio y lejos de lavarse las manos
argumentó, es de entender que con lógica y sano criterio jurídico, sobre la vaguedad de aquella norma y, para el
caso concreto, atendió a la
imposibilidad de convenir hoy si el topless
puede ser tenido por obsceno. Por cierto las vestimentas responden a
imperativos culturales y el taparse o destaparse ciertas partes del cuerpo trasuntan
actitudes que se han ido modificando o acentuando a través de la historia.
Pero aparte del caso de las bañistas de la playa de Necochea, suceso que
epilogó con una innecesaria movilización policial y sin duda fue algo frívolo en
sí mismo, ya que parece más motivado por el afán de buscar un quemado parejo que de erigirse en un
testimonio feminista y libertario, se vienen
sucediendo otros incidentes ocasionados porque varias madres, de
diferentes condiciones sociales y en lugares bien distintos, amamantaron en público. Aunque el gusto amargo que queda de esos escándalos, que no debieran serlo, se debe a cuestiones que nada tienen que ver con el seudopudor
mojigato; como que cabe hacerse una lacerante
y nada abstracta pregunta: cuántos de esos u otros niños cuando dejen de ser
alimentados así comerán salteado.
Dado que el lector en su correo se refiere anatómicamente a las “glándulas
mamarias”, vale recordar que también –y mejor- son los “cervatillos
mellizos”, en términos del rey Salomón en el “Cantar de los Cantares” y que
según Novalis: “El seno es el pecho
elevado a estado de misterio, el pecho moralizado”. Y como el arte viene diciendo desde siempre mucho a
su respecto, vale la pena recordar que el
escritor español de larga radicación en Buenos Aires, Ramón Gómez de la Serna (1988-1963) publicó en
1918 en Madrid su libro “Senos”, que fue reeditado aquí en 1979 en cuatro
volúmenes con xilografías de Víctor Rebuffo, Luis Seoane, José Manuel Moraña y
Albino Fernández. En el prólogo, Ramón, aquel ingenio “que ha inventariado el
mundo” en palabras de Borges, escribió: “Nadie
más que el genial Creador podía escultorizar tan suaves quimeras. Los senos son
los salvavidas de la muerte. En ellos está todo el peso de la naturaleza, del
aire, y del arte.”
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La
Prensa el 7 de febrero de 2017)
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