Alfredo Palacios entre el clavel y la espada
Víctor García Costa
El 20 de abril último se
cumplieron 52 años de la muerte de Alfredo
Palacios cuya figura agiganta el tiempo; tanto más comparada con la general medianía de
la dirigencia política actual. Si bien a los integrantes de ella, en tanto
constituir el genio un don avaro de la naturaleza, sería absurdo exigirles la prodigiosa
inteligencia que poseyó el primer diputado socialista de América, adelantado y
tratadista del Nuevo Derecho y autor de las inaugurales leyes obreras del país,
sí debieran ofrecer estos políticos de hoy a la ciudadanía, a cambio del
sufragio que le reclaman, honestidad en grado de escrupulosidad, coherencia ideológica
y un mínimo de pericia para la función pública. Pero así venimos de lejos y así
estamos chapoteando en la decadencia.
Palacios representa un lujo quizá inmerecido para esta Argentina de la que son distintivos, aun más que el
dulce de leche y los colectivos, Maradona y Messi, la viveza criolla, la transfuguiada
partidaria, la corrupción administrativa, las promesas electorales a sabiendas
de su imposible cumplimiento y las ideas
sostenidas con fingido apasionamiento por los candidatos, hasta que deja de ser
políticamente correcta su formulación o hasta que, de tanto banalizarlas, se
convierten en aquellos “significantes vacíos”
de que habla Ernesto Laclau.
Tarea edificante para la ciudadanía será entonces detenerse a leer entre
tanta frivolidad que sale al paso, los debates parlamentarios del líder
socialista, presentes entre otros volúmenes suyos en “La Justicia Social ”
(1954) entablados con contrincantes en
muchos casos de gran nivel como Matías Sánchez Sorondo o el salteño Carlos
Serrey. Se comprobará que resultan verdaderas lecciones de hidalguía, en lo que
hace al trato con los colegas de banca que sostenían posiciones opuestas a las suyas; a más de ser ejemplos
de reflexión, de severa argumentación
y de sustancia ajena en el mejor de
los casos a la retórica sofística y en el peor al palabrerío comiteril.
Humanista y humanitario, defensor de la elevación social y la igualación laboral y política de la mujer, sempiterno
denunciante de la tortura y las policías bravas, se opuso a la pena de muerte y en su obra “El
socialismo argentino y las reformas penales”, se trascribe una memorable intervención
suya en el Senado de la Nación -en 1933- donde patentiza
su coherencia intelectual y ética ajena por lo demás al dogmatismo. Así, al tratarse
en el recinto la reinstauración de la pena de muerte según un proyecto enviado
por el Poder Ejecutivo, expresó su oposición fundándola prioritariamente en su íntima
creencia en la inviolabilidad de la vida humana, visión tan afín con la del
cristianismo en que abrevó en su niñez y juventud, cuando participó en los
Círculos Católicos de Obreros fundados por el sacerdote redentorista alemán
Federico Grote, antes de abrazar con romántica convicción el socialismo sin que
hacerlo haya sido nunca obstáculo para venerar en su casa alquilada de la calle
Charcas 4741, un cuadro de Jesús y trabar fraternos vínculos con los religiosos
Amancio González Paz y Monseñor Miguel de Andrea, el “Obispo Rojo”, así tildado
en su hora por sectores de la oligarquía.
En el mencionado debate reclamó para sí con justificado orgullo: “En
1906 presenté mi primer proyecto de ley
aboliendo la pena de muerte. En 1913 formé parte de la Comisión Reformadora
del Código Militar que se nombró a mi iniciativa y que
integraban los doctores Manuel Gonnet y
Vicente C. Gallo En 1914 reproduje el proyecto de 1906.”
Del mismo modo que la vida humana y la dignidad de los
trabajadores explotados, Palacios defendió la libertad y las garantías
individuales –en la década del treinta actuó
junto a Lisandro de la Torre
en la recién fundada Liga por los
Derechos del Hombre- y es conocido el hecho que al ser electo Senador por la Capital en 1961 y así
llegar por segunda vez de la
Cámara Alta en su extensa trayectoria parlamentaria, iniciada
como diputado por la Boca
del Riachuelo en 1904 cuando la barriada demostró “tener dientes” en expresión de
Florencio Sánchez, su inicial acto fue ir a visitar a los sindicalistas
peronistas en prisión víctimas del Plan Conintes impuesto por el gobierno de Frondizi.
El docente reformista antiguo
decano de la Facultad
de Derecho de la UBA
y presidente de la Universidad Nacional
de La Plata y
figura de gran predicamento en los círculos universitarios e intelectuales del
Continente, el amigo de los poetas como Carlos
Guido Spano, de sus correligionarios Mario Bravo y Manuel Ugarte, del
anarquista Alberto Ghiraldo en cuya revista rebelde El Sol colaboró con
encendidos artículos en favor de la libertad de su director encarcelado (comenta
Ana Lía Rey en su estudio sobre periodismo y cultura anarquista a comienzos del
siglo XX), o de Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Arturo Capdevila –una
confraternidad que ha evocado su secretario privado durante ocho años, el
escritor y abogado Pedro Vives Heredia en “Alfredo Palacios en la intimidad”
(2013)-, Alfonsina Storni y la chilena
Gabriela Mistral con la que asimismo polemizó sobre temas educativos en 1925, imbuido
de fe antiimperialista y en consonancia con su americanismo repudió la invasión
norteamericana a Guatemala y la caída del presidente Jacobo Arbenz en 1954 y en
todo momento se solidarizó con los movimientos de liberación surgidos en los países
hermanos. Entre ellos el que encabezó en Nicaragua Augusto Sandino y más tarde,
en Puerto Rico, Pedro Albizu Campos. Sin olvidar la adhesión en 1959 a la Revolución Cubana ,
que lo llevó a visitar la Isla a poco de su triunfo, aunque
criticó después su identificación con el bloque soviético.
Su
nacionalismo económico fue claro. En 1946 publicó la obra “Soberanía y
socialización de industrias. Monopolios, latifundios y privilegios del capital
extranjero”. Escribió allí: “En nuestro país sería absurdo que asistiéramos
impasibles al desenvolvimiento de una industria expoliadora y al privilegio del capital extranjero, pues
las actividades económicas deben transformarse en un sentido favorable a la
clase trabajadora y a los intereses de la Nación ”. Son
palabras que bien valen para el presente tan contaminado por multinacionales mineras exceptuadas de pagar retenciones o por
empresas de servicios públicos a las que se les perdonan deudas millonarias.
Tampoco
puede soslayarse su lucha por la reivindicación de nuestras Islas Malvinas, testimoniada
en su libro “Nuestras Malvinas” de 1939; en su actuación en la primera Junta de
Recuperación de las Malvinas junto a Carlos Obligado y Antonio Gómez Langenheim
y en su iniciativa de 1937 para que
todos los mapas del territorio patrio contengan el archipiélago irredento.
Ajeno
a cualquier sectarismo, quien había sido víctima del justicialismo en el poder y su autoritarismo,
llegó al cabo a comprender algo de la significación histórica de ese movimiento
tan lleno de contradicciones, pero también de aciertos en la tradición de los liderazgos
populares que rastreó en nuestra historia y en cierto modo reivindicó, sin
deponer su admiración por Rivadavia y su enfiteusis y por Echeverría y su Dogma,
en el libro “Masas y élites en Iberoamérica” (1954). Como contrapartida de
aquello un gran número de peronistas lo eligieron senador en 1961 al sufragar
por él.
Una foto junto a un sindicalista gráfico, el católico y
peronista Raimundo Ongaro, documentando la presencia de don Alfredo Palacios
poco antes de su muerte en un acto en la Cooperativa Obrera
Gráfica Talleres Argentinos Limitada (COGTAL), entraña todo un significado y un
desafío para los tiempos actuales. Porque siempre hay posibilidades de unidad tras grandes banderas redentoras, sobre
todo cuando se trata de la
Justicia Social , los Derechos Humanos, la Liberación Nacional
y la solidaridad con los pueblos oprimidos del mundo.
(Carlos María
Romero Sosa, se publicó en La
Prensa el 4 de junio de 2017 con el título “Vislumbres de
Alfredo Palacios”)
No hay comentarios:
Publicar un comentario