Agosto, 11 de 2017: 17 y 30 horas.
Plaza de Mayo. CABA. Mientras por
altavoz se leen las numerosas adhesiones a la marcha convocada por la aparición
con vida de Santiago Maldonado -entre ellas la de Milagro Sala-, frente al edificio
del Cabildo un grupo juvenil de estudiantes de la licenciatura de música
autóctona, clásica y popular de América, de la Universidad Nacional
de Tres de Febrero, ejecuta sus instrumentos nativos en oportuno acompañamiento.
Próximo a esos jóvenes, un cartel sostenido
en alto por una pareja de cierta edad reza
en letras manuscritas: “Han vuelto.”
Agosto 12 de 2017: 15 horas. En mi casa. CABA.
O es que nunca se fueron del todo, me pregunto frente a la computadora,
recordando el cartel. Y lo hago con la consiguiente preocupación despertada con
sobresalto en este país donde el eterno retorno no es un mito sino una triste
realidad. Un infernal escenario con el que tal vez no se contaba ya; y ello con
más ingenuidad que con efectivas pruebas de amor sobre las virtudes de una
democracia no efectivamente consolidada. Porque mal que le pese salvando excepciones a
la ciudadanía y a los que pretenden representarla, aunque no sea políticamente
correcto decirlo, la recuperación democrática de 1983 con toda su epopeya
cargada a hombros del doctor Alfonsín y su juicio a las Juntas, estuvo lejos de
modificar la mentalidad autoritaria enraizada desde antiguo en buena parte de
la sociedad que, no por casualidad, votó
en 2015 a
la derecha cuando un eslogan del candidato, pronunciado entre globos amarillos,
fue que iba a terminar con el “curro de los Derechos Humanos”. Y no se debió
tampoco a obra del azar que La
Nación desde un editorial le indicara al ingeniero Macri pocos días antes de asumir la presidencia, que
debía liberar a los genocidas presos. Por cierto un leitmotiv de la Tribuna de Doctrina como
que se comenta que a Néstor Kirchner le
había recomendado al oído una mentada “pacificación”,
José Claudio Escribano en 2003. Por fortuna y
aparte de las convicciones en materia de justicia de uno y otro
mandatario, el contexto
internacional no era década y media
atrás, ni menos lo es ahora, el mismo del menemismo y ningún gobernante, en su
sano juicio, puede desafiar al mundo civilizado con indultos como los que
otorgó en su hora el hoy candidato mendicante a senador por La Rioja.
En pleno 2017 sobrecoge la sola idea
de una desaparición forzosa, es cierto, pero que nadie se engañe: la ministro Patricia
Bullrich viene tratando de tirar la pelota afuera del área y echando culpas al
RAM de los mapuches. Los multimedios hablan ahora del tema porque no pueden
hacer otra cosa y recién comenzaron a ponerlo en primera plana, a días de desconocerse el
paradero de Maldonado. E incluso, la importante marcha del 11 de agosto, cabe reconocerlo
aunque nos duela, fue menos masiva que los cacerolazos a Cristina y la plaza
del sí a Cambiemos de principio año.
Los malos antecedentes en la materia, muestran al Estado Argentino como uno
de los precursores de ese crimen de lesa humanidad: así en 1930, la dictadura
de Uriburu fusiló en Rosario al obrero de la construcción anarquista Joaquín
Penina, después de secuestrarlo y su cadáver nunca apareció (el poeta rosarino
Aldo Oliva dedicó un libro al tema). En 1936, ocurrió el caso de los
anarquistas expropiadores, presumiblemente arrojados al Río de la Plata : Miguel Ángel
Roscigna, Andrés Vázquez Paredes y Fernando Malvicini. En 1955 el tan resonante
entonces del dirigente comunista doctor Juan Ingalinella ocurrido en Rosario. En
1962 el del trabajador metalúrgico peronista Felipe Vallese. En 1970 el del
abogado laboralista Néstor Martins y su cliente Nildo Centeno. En marzo de 1976,
aun bajo la presidencia Isabel Martínez,
el del ex gobernador de Salta Miguel Ragone. Y ni qué hablar del de los treinta
mil detenidos-desaparecidos de la última
dictadura. Y todavía en 2006 del de Jorge Julio López, principal testigo contra
el genocida Miguel Etchecolatz, al que el Estado no supo proteger.
Aunque no se trata de diluir culpas de los asesinos en el impreciso –o
interesado rosario de la impunidad- del “fuimos todos responsables”, cabe
preguntar cómo reaccionó la sociedad ante cada uno de esos casos y comprobar que
la mayoría de sus miembros se encogió de hombros; sobre que la noticia se desvaneció en los periódicos más
temprano que tarde. Por de pronto, quién que vivió los años de plomo no retiene
en la memoria la imagen de los automóviles con calcomanías anunciando en los 70´
y primeros 80´ del siglo pasado que los argentinos eran derechos y humanos y
quién no escuchó susurrar el miserable “Por algo será”.
Agosto 13 de 2017: 12 horas. En mi casa. CABA. Escribo en las redes sociales: Santiago Maldonado debe aparecer YA, sano y
salvo, aunque hasta ahora a casi dos semanas de no tener noticias de su
paradero, no haya sido la lucha por develarlo una causa nacional.
Si fue víctima de la
Gendarmería y sus jerarquías taparon el hecho, esa fuerza de
seguridad no merece que se la vincule con Martín Miguel de Güemes, por más que
se alegará que las instituciones quedan y los hombres pasan.
Por supuesto que resulta antipático hacer las veces de aquel tábano del que
hablaba Sócrates o pretenderlo. Pero vale la pena afrontar el anatema y lo que venga detrás, si ello significa
poner un grano de arena para el imprescindible examen de conciencia colectivo
en el tema de los Derechos Humanos.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre.Net el 15 de agosto de 2017)
1 comentario:
Los muertos que vos matáis gozan de buena salud.
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