sábado, 11 de noviembre de 2017

PROLOGO AL LIBRO DE LAILA NEFFA DE DE LA PLAZA "POR SIEMPRE LA ROSA"

PRÓLOGO

                                                                   
                                                           Nacida montevideana de padres libaneses, católicos maronitas, y ciudadana argentina desde décadas atrás en inversa aventura terrestre, por esas vueltas del destino, que su colega y amiga la escritora Dora Isella Russell oriunda de Buenos Aires y afincada desde la niñez en la tierra de Artigas,  Laila Neffa de de la Plaza, es poeta, traductora de Gibrán Jalil Gibrán y otros autores fundamentales del país del cedro, aparte de finísima lectora de la mejor literatura universal, como lo demuestra su abultada y bien trajinada biblioteca.
                                                         Ella, representa, además, en sus altos años,  un nexo espiritual entre el presente de las letras y las artes  rioplatenses y el espíritu de grandes personalidades de la cultura uruguaya del siglo XX a las que trató y de las recibió estímulos cuando dio a conocer, ya en la adolescencia, sus primeros libros. Así  Juana de Ibarbourou, Emilio Frugoni,   Emilio Oribe,   Carlos Sabat Ercasty,  Joaquín Torres García, Edgardo Ubaldo Genta  y muy especialmente  su profesor en el Liceo Zorrilla, maestro y guía de siempre: Juan Carlos Sábat Pebet. 
                                              Bastaría que alguien  supiera, como tan bien sabe  hacerlo Laila, homenajear con  emocionado recuerdo esos nombres y otros más, tales el de Juan Zorrilla de San Martín o el de Jules Supervielle, para justificar una existencia y mostrarla enriquecida con los valores de la sensibilidad, la gratitud, la delicadeza y el ansia de conocimiento. Pero sobre celebrar tan trascendentes y resonantes figuras y labores, les viene dando razón  a los tempranos elogios que pronunciaron ellas a sus  creaciones dado el rico, profundo y consecuente itinerario lírico que transitó y transita. Un itinerario del que se hace ineludible la mención, junto a “Aís” (1951), elegiaca nostalgia en verso del hermano muerto en forma prematura, las tres entregas poéticas que ilustró el maestro Hermenegildo Sábat, cuyos títulos hacen referencia a la arquetípica rosa con su “círculo apretado” al decir de Leopoldo Marechal y su múltiple simbología:  “El ángel y la rosa” (1999), “El universo de la rosa” (2006) y ahora, en 2017, “Por siempre la rosa”.

                                                        
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                                             Como corresponde al dominio del  Arte más genuino, o sea el sugerente porque lo explícito es patrimonio de otras actividades humanas: así el periodismo con sus titulares y sus copetes, en las páginas de este último poemario se insinúa, y a media voz, entre imágenes que conforman alegorías y que sin sacudir inquietan,  la permanencia o mejor  la perseverancia en la belleza que representa la rosa. Laila Neffa, como Pedro Salinas en su poema “La rosa pura”, es decir, despojada, parece buscar “la que no tenga fecha”.  En consecuencia no describirá detallista y realista sus insalvables etapas hasta marchitarse, sino que intuye esperanzada y augural   su callado y recatado “siempre”. Un adverbio que habla aquí de la consumación  de su símbolo en un presente continuo de hermosura, al que se asoma la autora desde propias y angustiadas temporalidades, enarbolando  como banderas de afirmación y negación, la Eternidad y el Tiempo, esta platónica –en el Timeo- imagen móvil de aquélla.
                                             No por casualidad dos subtítulos del libro aluden a  Tiempos y a Testimonios de hoy, donde se hunden huellas de un empecinado afán por conjugar ambas dimensiones: “¡Ay, de la rosa blanca de mis cuitas,/ sola y fugaz, flameando entre los vientos!/ Ay, con su eterna luz de epifanía.”
                                           Romances, poemas breves y sonetos de estirpe clásica y otros de metro alejandrino y resonancia modernista a tono con su devoción por el oriental Julio Herrera y Reissig, nutren “Por siempre la rosa”. Y la forma de cada composición dice aquí del fondo, con lenguajes y mensajes  ajustados según el género. De esa manera  su verbo  directo y juguetón en las  estructuras estróficas octosilábicas: “Toda el agua cantarina/ que baja por entre piedras/ más grandes y más pequeñas,/ guarda una canción marina”, se hace más críptico, dramático, evocativo en ocasiones y emocionado sin transitar la sensiblería, en los sonetos: “El ayer apresado en esos muros/ nos vigila dolido y temeroso./ Un exiguo rosal trepa amoroso/ una turbia memoria, sin apuros.” Y muy en especial en los catorce versos del enternecido recordatorio al esposo, el embajador Guillermo de la Plaza a cinco años de su partida: “Hay memoria en los párpados perplejos/ como vuelos de aleves mariposas;/ y en los labios, que brillan sus airosas/ agujas entre lirios y azulejos./ Hay memoria en las manos como espejos/ y memoria guardada en tantas cosas/ y la fiel del silencio, como fosas,/ con voces redoblando, no tan lejos./ Hay memoria en la ausencia, y su destello/ remueve olas de vida por sí mismo,/ en la rueda sin puentes de la noria./ Y todas las memorias con su sello,/ las que el alma atesora en su egoísmo,/ regresan a su centro en tu memoria.” 

                                          Pruebas al canto, Laila Neffa, una eximia sonetista de  quien el académico Federico Peltzer elogió su “elocuencia digna de Quevedo”,  revalida en este libro sus títulos, con piezas de antología escandidas con un vocabulario rico pero sin pedantes cultismos. Vocabulario al que ha agregado algún acústico neologismo de su propia cosecha. Digamos entonces parafraseando a Wittgenstein, que si los límites del lenguaje no coinciden con los de su mundo de expresiva  sinceridad, Laila Neffa de de la Plaza los atraviesa decidida a nombrar  adánicamente de nuevo las cosas.
                                           
                                          
CARLOS MARÍA ROMERO SOSA, Buenos Aires, 9 de agosto de 2017
Conmemoración de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo Edith Stein)




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