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martes, 7 de mayo de 2019

LA ARGENTINA 2019 O EL JUGUETE ROTO POR EL NIÑO RICO


   Los chicos pobres suelen improvisar los juguetes de los que carecen y la pelota de trapo es todo un símbolo en ese sentido. Los niños ricos, en cambio, no  miran  las jugueterías como a esas cosas que nunca se alcanzan,  al decir de Discépolo en el tango “Cafetín de Buenos Aires”. Aquéllos gastan hasta el final sus  lúdicos instrumentos caseros mientras que estos otros bien pueden romperlos o desarmarlos para ver qué hay adentro; saben que les serán repuestos por otros nuevos por sus mayores. Son actitudes fundadas en las imposibilidades o las posibilidades que desde los primeros años ofrece la vida en estas sociedades tan desiguales.
  Cierto niño rico ya crecido, se empecinó en seguir jugando y rompiendo los presentes; sólo que en el tren eléctrico viajan demasiado apretujados pasajeros de carne y hueso a precio de coche pullman, merced al celo -al cabo pro inflación- del ministro de transporte Guillermo Dietrich, los juegos de guerra terminan miles de metros bajo el Atlántico Sur como el submarino ARA San Juan, las armas de sebita matan como a Rafael Nahuel en la Patagonia y al abrir cierto obsequio puede aparecer  el chasco para toda una sociedad: la  tarjeta de felicitación por el plan económico neoliberal y hambreador del pueblo de la señora Christine  Lagarde con el logo del FMI.  

  El niño rico se empecinó en ser presidente y lo logró en irreprochable elección en diciembre de 2015 con un merchandising de globos amarillos, contagioso optimismo fundado en promesas falsas y más que acertados consejos publicitarios del señor Durán Barba, cayendo todo en el terreno fértil de los  prejuicios de clase de los votantes de medio pelo.  La pequeña historia cuenta que del doctor Manuel Quintana,  un lejano antecesor en el sillón de Rivadavia, se decía desde la infancia que había nacido para ocupar la primera magistratura del país. La Argentina oligárquica marcaba entonces los destinos desde la cuna. Honores para algunos pocos y miseria, conventillos, tuberculosis y represión para el resto. En el caso del ingeniero Mauricio Macri la realidad es bien otra que la del  patricio Quintana. Hijo de un inmigrante enriquecido merced a la innegable astucia de prestidigitador en los terrenos del capitalismo prebendario orientado a la obra pública con sobreprecios y retornos, a nadie se le ocurrió que su vida se encauzaría más allá de las empresas paternas que llegó a dirigir  por breve tiempo, dada la conflictiva relación sostenida con don Franco que algún psicólogo podrá interpretar.  Hasta que un día se impuso, con buen resultado, el desafío de presidir el club de fútbol Boca Junior.  Después, cumplido ya a su leal saber y entender el “cursus honorum” acorde con los requisitos de la patria futbolera y aprovechando la ola menemista de los “outsider” de la política, entró en ella con guiños a los sempiternos ganadores del sistema que vieron en él la posibilidad de llevar a la Casa Rosada un proyecto de derecha  conservador por vía de las urnas. Una circunstancia  imposible de concebir antes de 1983 sin que mediara un golpe militar,  descartado por los dueños de la Argentina: “ los que mueven las palancas” en términos del inolvidable doctor Oscar Alende, menos debido a una súbita conversión democrática que aceptando con realismo el dato de que la Nación carece de Fuerzas Armadas con poder de fuego y con peso como para volver a sacar los tanques a la calle.  

  Lo cierto es que a tres años y medio de la gestión macrista estamos con el juguete roto, es decir con el país al borde  de la cornisa según  el diario norteamericano Financial Times: “La situación solo va a empeorar”, diagnosticó el periódico de cabecera de los inversionistas globales. Y sigue expresando la nota firmada por el periodista neoyorquino Colby Smith: “El enfoque de su gobierno para lidiar con la volatilidad del mercado y mantener contentos a los electores está fracasando de cara a las elecciones presidenciales de octubre.” En términos parecidos acaba de titular El País, de España: “La Argentina se asoma al abismo económico.”  
  En tanto el presidente sin preguntarse ¿qué hacer? o sin proponerlo como Lenin en el libro de ese título publicado en 1902, echa culpas a diestra y sinistra, se lo ve  de mal genio y para distenderse toma a menudo vacaciones -las más recientes en Córdoba durante la Semana Santa-, de vez en cuando ejerce la función actoral rodeado de extras en timbreadas de utilería y, en especial, gusta internarse con dudosa vocación metafísica, en el tiempo y sus abismos: así en la dimensión del pasado para denunciar “la pesada herencia” y en la del futuro para atemorizar al “establishment” con el regreso de la doctora Cristina Fernández de Kirchner, que por lo demás cada día que pasa sube en las encuestas mientras cunde la desilusión de los ex votantes del ingeniero frente al desgobierno del oficialismo que  igualó a toda la sociedad. Empobreciéndola.
  Nada le sale bien al pobre Mauricio: trepa la inflación, trepa el dólar, trepa el riesgo país, cierran decenas de Pymes por día, las exportaciones pese a los 47 pesos por dólar y subiendo no son las esperadas, en el bosque petrificado de la recesión no se encuentra brote verde alguno, la miseria retroalimenta la inseguridad -su solución es uno de los requerimientos más unánimes-, el narcotráfico no se inmuta frente a la cara de pocos amigos o de conocidos indeseables –uno de ellos D´Alessio- de la ministra de seguridad Patricia Bullrich,  la payasada de las fotos de las fotocopias de los famosos cuadernos del juez  Bonadío y el rebelde fiscal Stornelli no sirve ni para hacer barquitos de papel, el escándalo de espionajes truchos y extorsiones a empresarios que investiga el juez Ramos Padilla en Dolores se agranda como mancha de aceite. A todo esto, la inefable diputada  Elisa Carrió se regodea con la muerte del ex gobernador justicialista de Córdoba  José Manuel de la Sota, haciendo recordar el cajón quemado por Herminio Iglesias en el cierre de campaña peronista de 1983, el mejunje neoconservador Cambiemos –un oxímoron-  viene saliendo tercero en las elecciones PASO de todas las provincias y hasta el presidente Bolsonaro apela para que le aprueben sus medidas de ajuste en Brasil al cuco de la debacle de nuestro país.
     Así las cosas, tenemos derecho a pensar que a veces exigir juguetes para romperlos, un efecto de la malacrianza con el plus de la incapacidad,  la falta de liderazgo, las amistades peligrosas, la obstinación en el error, el desconocimiento de la división de poderes, quizá la corrupción –Panamá papers, intento de condonación de la deuda familiar del Correo Argentino en perjuicio de la Nación, la firma de decretos a favor de claros destinatarios para permitirles blanquear depósitos no declarados en el exterior, etcétera- y seguro que manga ancha ante los “conflictos de intereses” de los plutócratas a cargo de varios ministerios, tiene resultados francamente devastadores.  


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre el 2 de mayo de 2019 y se reprodujo en la revista Con Nuestra América, el 4 de mayo de 2019.-)        
Publicado por Carlos María Romero Sosa en 10:21 No hay comentarios:

domingo, 5 de mayo de 2019

GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIRÍA Y LA BIBLIOTECA NACIONAL



     Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962) resulta ser una figura tan controversial como ajena al actual canon literario y cabe lamentarlo. Habiendo sido  según lo consignó La Prensa del 29 de marzo de 1962, en su nota necrológica: “el novelista más popular del país y el más difundido de Hispanoamérica en su tiempo”, hoy pocos lectores le quedan; y entre  ellos  están los que  recorren sus libros y artículos con propósitos  de renovada condena política. Al escritor, cambios de gusto y de estéticas aparte,  poco puede objetársele porque de poner entre paréntesis su catolicismo  bastante inquisitorial, verbigracia su decisión como ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente de facto Ramírez de instaurar la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y sus arrebatos de un antisemitismo de fondo religioso o teológico y no racista: centrado en la exigencia de la conversión del pueblo de la Alianza, ningún crítico  puede discutir  la soltura y pureza de su estilo castizo que le valió  la incorporación a la Real Academia Española de la Lengua -corporación que más tarde premió su novela “Valle negro”-; la vitalidad de sus personajes de ficción; lo imaginativo de sus argumentos y lo bien llevado de sus tramas,  que él enseñaba  en su libro “Vocación de escritor” (1931),  representan  nada menos que el argumento en marcha. Incluso alguien con suficiente estatura intelectual  y que en lo personal no le tenía simpatía  sino más bien lo contrario, el escritor Bernardo Ezequiel Koremblit, solía chancear  con ese humor tan característico suyo que mejor no empezar un libro de Martínez Zuviría porque no se podría abandonarlo hasta el final. Pero el consejo de Koremblit deviene abstracto por lo dicho al comienzo: Hugo Wast, tal el seudónimo de resonancias escandinavas que empleó a partir de la publicación de “Flor de durazno” en 1911 –novela con veinticuatro ediciones sucesivas, llevada al cine en 1917 con adaptación de Francisco Defilippis Novoa en un film donde debutó en la pantalla Carlos Gardel- perdió público.  

  De tarde en tarde  su nombre vuelve a aparecer en los diarios desatando polémicas. Así fue cuando en abril de 1996 corrió la noticia que secuestraron en una librería porteña libros de su autoría en una causa incursa en la ley antidiscriminatoria. O cuando el 3 de mayo de 2010, bajo la gestión como director de la Biblioteca Nacional del licenciado Horacio González, se sustituyó su nombre de la Hemeroteca Nacional  que había fundado por el de Ezequiel Martínez Estrada. “Como broche final a un histórico reclamo”, comentaba La Nación al día siguiente, periódico en el que fue activo colaborador.  “Martínez Zuviría era un hombre muy culto, refinado, que tenía ideas del nacionalismo de derecha, muy católico y rabiosamente antisemita”, expresó en la oportunidad el escritor y filósofo José Pablo Feinmann al tiempo que destacó, lo mismo que Horacio González, la eficiente tarea que había cumplido como director de la Biblioteca Nacional entre 1931 y 1955.

 A casi seis décadas de su muerte debiera ser  posible enfocar sin fanatismo distintos aspectos de su trayectoria pública, la que en el plano político  inició en la Democracia Progresista, partido por el que alcanzó una banca de diputado nacional y fue proclamado candidato a vicegobernador de Santa Fe en una fórmula encabezada por Lisandro de la Torre con quien, ya alejado del partido, se carteó hasta el trágico final de la vida del fundador. El historiador y documentalista Mario Tesler ha investigado por su parte otra faceta suya en el libro “Gustavo Martínez Zuviría en la Biblioteca Nacional”. Sin embargo no es aconsejable obviar su arista más cuestionada: el integrismo religioso,  respetable en el ámbito privado pero que llevó con virulencia al campo público. Eso si, cabe  contextualizar sus ideas en la época, sin absolver o disimular lo errado de ciertas posturas políticas incluida la de política idiomática cuando desde su ministerio prohibió las expresiones lunfardas en los medios de difusión con la mirada puesta en las letras de tangos. En cuanto al antisemitismo con el que se lo identifica, hay que reconocer  que en la Argentina tiene lamentables antecedentes: hasta el muy liberal Sarmiento que acertaba al despreciar a nuestra parasitaria -e indolente: “¡Alambren, bárbaros!”, vociferaba- oligarquía vacuna, desvarió con sus injurias a los gauchos, los indios,  los pueblos del Magreb y los judíos. Y superó a todo el pogron en los días de la Semana Trágica de 1919 ocurrida bajo la administración de Hipólito Yrigoyen. Hubo por entonces radicales que quemaron su afiliación al partido gobernante debido a los ataques a la comunidad judía y el mismísimo doctor Francisco Beiró, después ministro del Interior y en 1928 candidato a vicepresidente de la Nación, se enfrentó con correligionarios políticos y elementos de la extrema derecha por el mismo motivo. Más tarde en las filas  nacionalistas no hubo posiciones claras ni unánimes sobre el tema. Leopoldo Lugones, Carlos Ibarguren o Manuel Gálvez nada tuvieron de antisemitas y entre los jóvenes de Forja cundió el repudio a toda actitud antijudía. Sin embargo la influencia del intelectual contrarrevolucionario y monárquico francés excomulgado por Pío XI, Charles  Maurras  sobre muchos cuadros del nacionalismo, algunos tan valiosos como Julio Irazusta, Juan E. Carulla y en algún momento el peronista Fermín Chávez que tradujo “Soliloquio del prisionero” –Martínez Zuviría  había tomado contacto en París con la  l’Action Française  creada por el después  académico de Francia-,  resultó  nefasta con su disociación entre política y moral, principal punto de la crítica a Maurras del filósofo tomista  cordobés Alberto Caturelli, en objeción no compartida  por el igualmente tomista sacerdote dominico Juan Pinto. Lo cierto es que los convencidos  en los años 30 y 40 del siglo XX  que había que enfrentar por igual al socialismo ateo y al capitalismo individualista, terminaron identificando por miopía, ignorancia o prejuicio de clase a este último sistema con el llamado “oro judío”. Era el  atajo del chivo expiatorio apropiado para pasar por alto la avaricia de los acumuladores de riqueza confesionalmente cristianos de otras latitudes y la de las oligarquías vernáculas, cuyos integrantes eran en muchos casos los parientes ricos con lujos liberales y hasta progresistas de los niños bien  nacionalistas con ensoñaciones jerárquicas y en algún caso virreinales.
  Aunque prohibida la edición de sus libros en la Alemania nazi, circunstancia reconocida por el historiador Daniel Lvovich autor del libro “Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina”, bastante de aquella facilista identificación de la explotación capitalista  y precapitalista con el “oro judío”, puede leerse  en “El Kahal”, en “Oro” o en su apocalíptica novela “666”,  parangonada con la ficción profética “El amo del mundo” del inglés  Robert Hugh Benson.                                                  

 Sin embargo con la madurez debe haber exorcizado bastante de ese agresivo pensamiento, porque a dos años de la creación del Estado de Israel en un artículo publicado en la revista Argentina (Año II, Nro. 14) correspondiente a marzo de 1950 titulado “La restauración del Templo de Jerusalén”, criticó  la internacionalización de Jerusalén promovida por las Naciones Unidas: “Habiéndose ya restablecido el Estado de Israel, pero sin su capital histórica, que la UN no ha querido entregarle, se actualiza la idea de la reconstrucción del templo, esperanza milenaria del pueblo judío.”  Y dice más adelante: “El resurgimiento de Israel como nación es uno de los hechos capitales de la época actual, pero no puede ser completo sin la posesión de Jerusalén, la ciudad santa por excelencia.” Por aquí de antisemitismo, nada. O bien de los arrepentidos se vale Dios.

EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

   El libro al que antes se ha hecho referencia del licenciado y lexicógrafo Mario Tesler, investigador agudo que, enfocándolos a partir de un severo sostén documental, viene ahondando sobre múltiples cuestiones de carácter histórico y conexas, como la recopilación en sucesivos volúmenes de seudónimos de mujeres de las letras y de militantes y figuras de la política argentina,  analiza  en 125 páginas la actuación de Martínez Zuviría al frente de la Biblioteca Nacional. Con buen método toma en cuenta  los distintos y turbulentos momentos políticos en los que trascurrió su extenso desempeño en el entonces edificio de la calle México; y sobre todo los del último peronismo que finalmente lo desplazó del cargo por decreto Nº 7144 de 24 de mayo de 1955 –detalla Tesler-, reemplazado por José Luis Trenti Rocamora. Difíciles días si se piensa que desde 1951 uno de sus trece hijos: Gustavo, un militar que había participado de la insurrección del general Benjamín Menéndez estuvo preso y en el lamentar de su padre había perdido la carrera.  (No la perdió porque la asonada de Lonardi lo devolvió a las filas castrenses –fue un estudioso de la historia militar- donde alcanzó finalmente el generalato).

  El tema tratado  fruto del trabajo de años, no le es ajeno a Tesler que además de haber sido funcionario especializado del organismo hasta su jubilación, escribió libros y folletos sobre la  Biblioteca Nacional y varios de sus conductores, de  Manuel Ricardo Trelles y Paul Grosussac hasta el  médico y bibliotecario Horacio Hernández que fue su máxima autoridad  hasta 1984. En nueve capítulos enfoca aportando detalles significativos y profusas notas a pie de página, diferentes momentos y aspectos de la dirección de Martínez Zuviría. Desde su designación a finales de  1931 por la dictadura de Uriburu para sustituir al fallecido jurista y pensador Carlos F. Melo, nombramiento que aplaudió el sector  nacionalista colaborador con el golpe del 6 de septiembre y figuras de la iglesia como el historiador jesuita Guillermo Furlong, su amigo y confesor,  y no muy bien visto por  los grupos de ideología liberal igualmente septembrinos. La revista Nosotros de Alfredo Bianchi y el crítico literario socialista Roberto Giusti, después legislador por el Socialismo Independiente, partido integrante de la Concordancia que otro socialista: el diputado obrero Joaquín Coca venía llamando “El Contubernio”, editorializó por ejemplo: “Esta designación ha sido recibida con unánime sorpresa en el mundo de la cultura.” Es de recordar que con aprensión elitista, era moda en su tiempo atacar a Martínez Zuviría por su popularidad como novelista que batía record de ventas.  Por supuesto otros podrán computarse como sus arcaísmos en materia religiosa o sus yerros en urticantes temas ideológicos –equilibrados en su obra en dos tomos: “Don Bosco y su tiempo”(1932), que sin ocultar su mensaje antimasónico y en consecuencia  objetor del “risorgimento” italiano y de figuras como la de Giuseppe Mazzini, desde una vereda opuesta a la suya incomprendida asimismo por Carlos Marx, predicó contra “los que oprimen a sus semejantes por la riqueza o la fuerza”. Y al hablar de la “trama confusa de las doctrinas revolucionarias, socialistas o demócratas”, advirtió el biógrafo del santo piamontés: “el hilo de oro de una gran verdad que todas ellas contienen. Esa verdad trascendental es la igualdad”-; en cambio ser leído por vastos sectores, entretener, emocionar y dejar pensando a muchos  fue  una de sus virtudes como escritor.  

  Tesler que se muestra algo crítico de las gestiones de Groussac y de Borges hoy mitificadas, da cuenta de la austeridad en materia presupuestaria en que tuvo que llevar a cabo su gestión y que no obstante ello, activando las donaciones y el canje de publicaciones, el número de libros y piezas varias fichadas trepó de 265.899 al iniciarla a 700.000 cuando finalizó. Otro punto destacado  fue la publicación de La Revista desde 1937 a 1955 para la que designó como responsable en 1943 al diplomático e intelectual peruano Felipe Barreda Laos. Ese órgano de difusión periodística de las actividades del organismo, fue de algún modo la continuación de las publicaciones del mismo nombre promovidas primero por Trelles y después por Groussac. Aunque también en tiempos de Martínez Zuviría se dieron a conocer varios catálogos de documentos históricos obrantes en la Biblioteca y el archivo del Deán Gregorio Funes, emprendimientos en los que trabajaron figuras olvidadas como Manuel Selva, autor de un “Tratado de bibliotecnia” (1939), el periodista cordobés Arturo Cabrera Domínguez y el Subdirector Raúl Quintana, quien se casó con su hija, Matilde Martínez Zuviría y en el plano administrativo supo ocuparse de  los libros del general San Martín donados por su yerno Mariano Balcarse   en 1856.

  No faltaron reacciones -no registradas por Tesler- a cierto abuso del derecho de admisión por parte de Martínez Zuviría. El poeta y académico de letras salteño Santiago Sylvester,  asesor de la Biblioteca Nacional bajo la dirección de Horacio Salas, descubrió en un olvidado bibliorato una resolución firmada el 11 de mayo de  1942 que retiraba la credencial de lector e impedía el ingreso a la casa a Jacobo Fijman. Valga recalcar que no se trató de un acto discriminatorio, incluso Fijman se había convertido ya al catolicismo. El poeta martinfierrista de “Molino rojo” solía proferir gritos al sufrir de crisis mentales. Murió internado en el Hospital Borda en 1970. Como fuere quizá la medida resultó extrema y no honra al que la suscribió. Aunque suena extraña y excepcional semejante disposición porque Martínez Zuviría promovió que investigadores y autores concurrieran a la Biblioteca Nacional. Por motivos familiares poseo una prueba de ello. La narradora y periodista Flora del Carmen García Black de Gómez Langenheim (1884-1976) que firmaba sus colaboraciones en La Nación, La Prensa, El Pueblo, Caras y Caretas  y otros medios con el seudónimo “Carmen Arolf”, anagrama de su nombre, en octubre de 1935 le envió al despacho de la calle México un libro de su autoría recién aparecido: “Haz de añoranzas”. Disculpándose por la tardanza en responderle con muestras de una caballerosidad ahora en desuso, el director fechó el 18 de enero de 1936  su extensa  respuesta en una carta mecanografiada en papel oficial con el logo de la institución. Allí comentó con elogio el obsequio de esa obra de carácter nativista y extraigo de la  comunicación lo  siguiente: “Está demás decirle que con el mayor gusto se le enviará a usted un carnet de acceso permanente a la Sala de Investigadores. Usted lo merece y yo sólo deseo que la Biblioteca Nacional le pueda ofrecer todo tipo de comodidades y los libros que necesita”.  Frases que avalan lo antes anotado sobre el objetivo trazado por Martínez Zuviría que la Biblioteca estuviera al servicio de los trabajadores de la cultura y abierta al público en general.                            

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Calchaquimix, el 26 de abril de 2019.-)


Publicado por Carlos María Romero Sosa en 10:47 No hay comentarios:

sábado, 4 de mayo de 2019

RODOLFO RAGUCCI, EL SALESIANO FILÓLOGO Y POETA

 RODOLFO RAGUCCI,  EL SALESIANO FILÓLOGO Y POETA


     Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la feligresía católica de la ciudad de Buenos Aires concurría a los sermones de notables sacerdotes. Solo por ejemplificar cabe hacer mención a los memorables de monseñor Miguel de Andrea en  el púlpito de San Miguel Arcángel; del liturgista Andrés   Azcárate en el de la Abadía de San Benito; de monseñor Gustavo Franceschi en el de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen; al historiador jesuita Guillermo Furlong, que solía rezar la primera misa en El Salvador. Años más o años menos, en la basílica de Nuestra Señora del Rosario Convento de Santo Domingo, podía escucharse a los estudiosos de Santo Tomás de Aquino, Alberto García Vieyra y Mario Agustín Pinto, sapientísimos en la materia más allá que hubo y hay  entre los dominicos otras lecturas del Doctor Angélico ajenas al integrismo. Y en el vecino templo  basílica de San Francisco predicaba  fray Antonio Vallejo, el poeta vanguardista amigo de Borges, de Leopoldo Marechal  y de Francisco Luis Bernández que en espiritualista reacción  “Contra la paz del mundo”, tal el título de uno de sus libros, ingresó hacia 1940 en la Orden de los Frailes Menores fundada por el poverello de Asís. Más próximo a nosotros, en Nuestra Señora de la Merced, hasta poco antes de su muerte  ocurrida en junio de 2013, era edificante asistir a la misa matutina oficiada por  monseñor Eugenio Guasta, escritor amigo de Carmen Gándara y de Victoria Ocampo,  que antes de tomar los hábitos había sido colaborador de la revista Sur.
   Asimismo y Ferrocarril Roca mediante, en la parroquia  de Nuestra Señora de la Guardia de Bernal, edificada como el adyacente Seminario Menor sobre los terrenos donados por el genovés Agustín Pedemonte, un salesiano de extraordinario perfil científico y literario, el filólogo y poeta presbítero Rodolfo M. Ragucci (1887-1973), derramó durante décadas su impronta ascética y lírica  entre fieles y discípulos que concurrían a escuchar sus prédicas dominicales y a recibir sus consejos y enseñanzas. Uno de aquellos discípulos fue el lunfardólogo y periodista José Gobello, quien solía recordar  que  debía sus latines –Gobello tradujo y publicó en 1982 el Hymnus in honorem passionis Eulaliae beatissimae martyri de Aurelio Prudencio- a las clases de la lengua de Cicerón impartidas por el padre Ragucci en el noviciado bernalense de los hijos de Don Bosco, donde funcionaba una escuela normal adscripta al profesorado Mariano Acosta. Evocó por lo demás el fundador de la Academia Porteña del Lunfardo en un libro de diálogos sostenidos con Marcelo Héctor Oliveri (2002): “Como rector de la Escuela Normal se desempeñaba el padre Ragucci, hombre de una sencillez inefable y de un saber muy sólido.  Tenía una biblioteca muy nutrida. Se sintió muy feliz cuando lo designaron numerario de la Academia Argentina de Letras y luego correspondiente de la Real Academia Española. Creo que su libro más notable, “El habla de mi tierra”, no ha sido superado como manual para la enseñanza del idioma castellano y sus historias de la literatura española y la latinoamericana son estupendas. Lo tuve como profesor, como consultor y como confesor.”
                                                          
SOBRE VOCES Y EXPRESIONES NATIVAS

 Alguna vez se denominó en las escuelas argentinas “Idioma Nacional”, la asignatura  que hoy se conoce como lengua y lingüistas hubo que emprendieron su análisis en actitud de algún modo defensiva ante la irrupción de términos provenientes de las corrientes inmigratorias, cuando no de los pueblos originarios. Es que en cierto momento, la integración social como presupuesto de la nacionalidad, para muchos intelectuales empezando por Leopoldo Lugones que despreciaba el tango y su lenguaje, parecía requerir  de la homogeneidad también en materia del decir o del buen decir como que el poder político y la política lingüística, lejos estuvieron históricamente de ser compartimientos estancos. 
  Sin embargo del mismo estudio del castellano en su versión argentina y rioplatense resultó la inevitable atención a ciertas voces y construcciones sintácticas locales, no precisamente recogidas por el diccionario de autoridades o aceptadas como tales por los lexicógrafos más ortodoxos y algunos gramáticos entendieron así, que el pueblo agranda el idioma. Lo advirtió el padre Ragucci que lejos de cuestionar por ejemplo en el Salmo Pluvial de Lugones  la locución “lo que empezó a llover” como se venía haciendo en los manuales, asentó en la nota al poema incluido y analizado en “El habla de mi tierra”: “lo que empezó a llover se usa entre nosotros  por apenas, no bien, así que, etc”.  Tampoco  fue ajeno a la interrogación por el habla de los argentinos otro filólogo de la talla del doctor Aurelio García Elorrio (1893-1958) que hasta conjugó el verbo “peronizar” y fue autor de un Diccionario de la conjugación elogiado en España por Julio Casares, además de textos de gramática para uso escolar. Ello sin olvidar las previas inquietudes de Arturo Capdevila (1889-1967) vertidas en  su libro “Babel y el castellano” que prologó Unamuno en 1928, temática presente además en la serie de artículos del escritor cordobés  que llevan por título general “Consultorio gramatical de urgencia” y que se publicaron en La Prensa. O Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) y Amado Alonso (1896-1952) –traductor de Saussure-, autores en 1940 de una Gramática para estudiantes secundarios. Y algo más tarde el tucumano Luis Alfonso (1907-1985), miembro secretario de la Academia Argentina de Letras  al que  Menéndez Pidal apadrinó para su ingreso en la Real Academia Española, con sus “Voces nuevas en el diccionario de la Real Academia Española 1959-1961” (1963) o el zamorano aquí radicado Avelino Herrero Mayor (1891-1982), con sus trabajos  internacionalmente reconocidos como “Presente y futuro de la lengua española en América” y “Problemas del idioma”.  En tanto que en la siguiente promoción de lingüistas se destacaron los enfoques de los ya fallecidos Ofelia Kovacci y el políglota Julio Valderrama.
                                                    
LINGÜISTA Y POETA

    Rodolfo M. Ragucci realizó sus estudios de magisterio como alumno del Instituto  Salesiano Pío IX de Bernal, incorporado a la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, donde también cursó  ciencias eclesiásticas   y  recibió los oleos sacerdotales. Su labor de investigador no distrajo ni anuló su inspiración poética y así dio a conocer tanto libros de investigación como poemarios religiosos de alto vuelo lírico. Si bien su ya citada obra “El habla de mi tierra” con numerosísimas reediciones es la más conocida de las surgidas de su pluma por el valor técnico y el plus pedagógico que la caracteriza con la mira puesta en “Facilitar a los alumnos el estudio del idioma nacional y ofrecer a los maestros copiosa variedad de recursos para amenizar la enseñanza del mismo, tan poco atrayente de suyo”, según reza la Advertencia de la primera edición, son igualmente demostrativos de su dedicación a la materia específica lingüística y a la historia y crítica literaria otros libros de carácter erudito como “Cumbres del idioma” (1938), “Letras castellanas” (1939), “Palabras enfermas y bárbaras” (1941) –un título que hubiera rechazado Roberto Fontanorrosa sempiterno negador de las llamadas malas palabras-, una reunión de sus artículos en la sección “Para el bien decir”, a  cargo del padre  Ragucci desde 1937 a 1939 en el diario católico El Pueblo, “Cartas a Eulogio” (1943), “Más cartas a Eulogio” (1943), “Cervantes y su gloria” (1947), “Manual de literatura española” (1957), “Literatura de le Edad de Oro Española” (1959), “Blasones de Hispania” (1966), “Escritores de Hispanoamérica. Notas bibliográficas y críticas y antología anotada” (1969); “Voces de Hispanoamérica” (1973).  A esa lista hay que sumar amenos, informativos y testimoniales libros de viaje como “Ruta de luz por Tierra Santa” (1953) e “Impresiones de un viaje: Don Bosco en mi camino” (1953). Si algún lector quisiera abundar en su labor de publicista, en el número XXXVIII correspondiente a enero-junio de 1973 del Boletín de la Academia Argentina de Letras, órgano donde había colaborado desde 1943 y eran características y por demás ilustrativas sus notas “Neologismos de mis lecturas”,  Horacio Jorge Becco dio a conocer su bibliografía.
  Renglón aparte merecen sus poemarios como “Al partir” (1936), firmado con el pseudónimo Pedro Romero de la Vega que prologó el poeta, docente y magistrado cordobés Ataliva Herrera y recibió conceptuosos juicios,  entre otros creadores de Alfredo Bufano y así lo destaca Néstor Alfredo Noriega en “Presencia y magisterio de Rodolfo M. Ragucci en las letras argentinas”. En las páginas de “Al partir”  puede leerse el nostálgico soneto “Como la yedra”, su despedida a la parroquia de Nuestra Señora de la Guardia y al seminario salesiano: ¡Adiós Bernal! Adiós, del alma mía/ exquisita porción, nido de amores,/ fontana que, al serpear entre las flores,/ vas musitando vieja poesía./ ¡Templo elocuente!...!Oh cuadro de María!.../ ¡Mártir de Dios!...!Oh sabios superiores!.../ Oh niños, que ignorabais sinsabores!.../ Oh aquella noble, espiritual porfía…/ ¡Hoy me alejo de ti, Bernal querido!/!Como al roble la yedra trepadora/ a ti mi corazón quedará asido;/ y tus recuerdos, arrebol de aurora,/ nunca mi alma entregará al olvido,/ porque aún allí mi adolescencia mora…!”
    
  Otros títulos en verso suyos son “San Tarsicio o el niño mártir de la Eucaristía” (1943),  “Empresas de clerecía: romancero donboscano” (1941) y “Caminos de juglaría: romancero donboscano” (1941), biografía romanceada del santo piamontés.  Ángel J. Battistessa, al despedir sus restos mortales en nombre de la Academia Argentina de Letras para la que el presbítero Ragucci fue elegido el 30 de junio de 1948 y donde ocupó el sillón 19 “Calixto Oyuela”, recordó  los afanes poéticos del religioso: En sosegado recreo consiguió frecuentar la forma siempre vigente del romancero, con la asimismo añeja, si menos frecuentada, del mester juglaresco. Según lo declara en uno de los títulos, en sus ejercicios de métrica se sintió parejamente solicitado por las "empresas de clerecía". Lejana, la emulación del maestro Gonzalo, “de Berceo nonmado”, lo solicitó a sus horas.

   Su hispanismo tenía vertientes espirituales y culturales profundas y no era una  mera bandería  política. Así cuando un colega de la docencia e historiador, el profesor Efraín H. Gómez Langenheim le hizo llegar en 1963 el texto de su iniciativa para que España tuviera su bandera en la isla de Guanahani –posiblemente la isla de Watling en el actual archipiélago de Bahamas, a la que arribó Cristóbal  Colón el 12 de octubre de 1492 y llamó San Salvador, el remitente recibió fechada en Bernal el 20 de diciembre del 63´ la siguiente conceptuosa carta que comienza diciendo: “Rodolfo M. Ragucci  S.D.B. saluda muy cordialmente al profesor doctor Efraín H. Gómez Langenheim, y se complace en expresarle la más fervorosa adhesión a su feliz iniciativa de tributar  a España, Madre de naciones, el justiciero homenaje que propone en el elocuente proyecto  que ha tenido a bien hacerle llegar.”

 El religioso evocado que recibió en el bautismo el nombre  Rodolfo, bien podría haberse llamado Eulogio –tal el término que aparece en el título de dos de sus libros- de intuir sus mayores la futura vocación por el correcto hablar que marcó su existencia.  Y también Teófilo por su amor al Verbo Encarnado y a  la Iglesia en la que abrazó con devoción y entrega el Orden Sagrado.

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 21 de abril de 2019.-)       


Publicado por Carlos María Romero Sosa en 10:50 No hay comentarios:

miércoles, 1 de mayo de 2019

MÁRTIRES DE LA RIOJA


MÁRTIRES DE LA RIOJA

“Con un oído en el pueblo  y el otro  en el Evangelio”
Monseñor Enrique Ángel Angelelli



Yo subí en ascensores hasta algún 
mirador del
mundo y de sus reinos en
                                        júbilo perpetuo;
o hasta climatizadas piletas con desagües frente a la  
sed humana en desdén impiadoso.

Tres veces por mi culpa me confieso
creyente de las rasas alturas. Pecador que
abotona como un saco a medida las
pupilas absortas en lo
nimio del mundo y de sus reinos en
júbilo perpetuo.

Pero otras ascensiones de
intenso abrazo al tronco de la
Misericordia me ufanan a menudo.

Por eso es que este 27 de abril de 2019,
pidiéndole a los Mártires Cristianos de La Rioja  su gracia, su
fuerza de vertiente: otra agua de bautismo,   
me impongo en penitencia el desafío de
afrontar precipicios y agobio de
escalones,
                como ellos otros días con vértigo en
suspenso porque una red tejida en
dones de heroísmo se desplegó solícita
dándole a la caída sacrificial:
la muerte por mano de verdugos, la
esplendidez suprema de un cielo abierto –justo- con
visión a los tronos del Padre y
                                                Jesucristo.
*****

Mártires de La Rioja, en vida  con los
brazos dispuestos hacia los invisibles en su
opción por los pobres y en la
cruz extendidos de las
                                  Resurrecciones.



Verdor de cuatro palmas que
colorean la vida y
fecundan la tierra por las
generaciones.  

Cada uno un verso diáfano -con  rima consonante en el
Señor- de copla arrebolada como sangre en los 
llanos otrora en
                        montonera.


El viento del Espíritu limpia los nubarrones
del odio dando al blanco en rojo vivo.  
También de la jactancia de los que marcaron y marcan el
dinero con la tinta indeleble de la
codicia para el juego tramposo del
                                                  capitalismo.


Y el viento del Espíritu  
trae un perfume a campo    
con cumplido de lluvia esparciendo  
oraciones devotas  a los Beatos
                Monseñor Enrique Ángel Angelelli,
                 Presbítero Gabriel Longueville,
                 Padre franciscano Carlos de Dios Murias y                                                                                                                
                 un Laico: el campesino Wenceslao Pedernera,

                                      patronos de Utopías.

CARLOS MARÍA ROMERO SOSA


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Lazos de Arte y Amistad blogspot, el 30 de abril de 2019.-)


Publicado por Carlos María Romero Sosa en 10:45 No hay comentarios:
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Carlos María Romero Sosa
Poeta, ensayista y crítico literario, nació en Buenos Aires donde reside. Ha ejercido el periodismo cultural desde su primera juventud en periódicos del país y del exterior como La Prensa (Buenos Aires), La Capital (Rosario), El Liberal (Santiago del Estero), El Tribuno (Salta), Listin Diario (Santo Domingo, República Dominicana) y en las revistas Proa, Casandra, Historia, Claves, Letras de Buenos Aires, BCV Cultural -órgano del Banco Central de Venezuela-, Excerta Scholastica, Ápices -cuyo consejo de redacción integra desde su fundación- y otras publicaciones. En la actualidad es columnista permanente del diario Salta Libre (Salta). Ha pronunciado conferencias en Argentina, República Dominicana y España. Autor de opúsculos literarios e histórico-literarios y de 13 libros hasta el presente. Abogado y escribano (UBA), cursó también en la Facultad de Filosofía y Letras. Fue becado por el Centro de Cooperación Iberoamericano a propuesta de su maestro Ángel J. Battistessa, realizó estudios superiores de literatura española en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid entre los años 1979 y 1980. Desde 1981 ejerce la docencia.
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