El más reciente libro de poesía de Santiago
Sylvester: “Llaman a la puerta”, muestra desde el título un ánimo para ejercitar
el enriquecedor Yo-Tú. En ese sentido es
de anotar que en una continuidad no
iterativa, bautizó “La conversación” a su anterior entrega poética, publicada
en España en 2017; antología o suerte de summa
de su producción hasta esa fecha.
Claro está que el autor parece marcar reglas al dar el primer paso tendiente a entablar esa
plática donde la realidad con sus manifestaciones más actuales, concretas y
hasta prosaicas como el facebook, resulta una materia prima a ser moldeada mediante
la interrogación poética por su fondo y su alcance; es decir por su verdad en
el sentido de ejercicio develador de esencias. Por lo mismo
los versos libres que componen “Llaman a la puerta”, sugieren en su
génesis los mismos asombros que impulsaron hace más de veinticinco siglos el quehacer
filosófico a orillas del Jónico y el Egeo, no en vano la mención a Platón en la primera
página y a Heráclito en la 24.
En cuanto a aquellas antedichas reglas, por
de pronto una impone el rechazo al demagógico y promiscuo tuteo con los
lectores. En consecuencia no representa un detalle menor el reiterado empleo de
la tercera persona del singular o del trato de usted en varios pasajes. “Las palabras
primordiales no significan cosas, sino que indican relaciones”, explicó
Buber. Y esas relaciones se intentan aquí, nunca poniendo distancia, pero sí es de suponerlo, con la conciencia de que al proponer desde el
papel puntos de vista personales y rigurosos con la clarividencia que “no hay seguro a todo riesgo”, es requisito
antes que la mera y superficial complicidad,
una respetuosa atención –y una contagiosa tensión- entre el emisor y el
receptor del mensaje, cuyo campo de
acción no puede ser por cierto el uso
del tuteo: “No olvide que estamos
rodeados de precedentes,/ ese hombre que cruza la calle está tapado de
precedentes,/ el saludo que le envío ahora/ es casi sólo precedentes.”
La
actitud y aptitud para el diálogo de
Sylvester -miembro de número de la Academia Argentina
de Letras, designado en 2015- es propia de quien con instinto, conciencia, responsabilidad, vocación e inspiración, se afirma en un aquí
y ahora donde la zozobra no lo desvincula sino más bien lo religa con el mundo
de la vida y su mapa tentativo y tentador de posibilidades y hasta por qué no
riesgoso de imposibilidades, que en el ciclo de las concausas alcanzarán su marca
de peripecia: “vivimos en zigzag” dice ni pesimista ni optimista y más bien
catador fino del gusto del Sí y el No, frente a los que “ningún sobresalto está fuera de servicio”.
Los parlamentos de Sylvester no lo son en
consecuencia con la musa inspiradora, según la tradición forjada por
antecesores suyos en el oficio lírico, sino que se disparan con mensajes plenos
de imaginación y sabiduría (de vida precisamente), presentados con sobria
belleza y dirigidos a sus semejantes de carne y hueso. Será por eso que no dice
el título de este poemario “tocan” a la puerta, sino “llaman” a ella. Y es que
entre el ejercicio de los nudillos y el reclamo de la voz humana se abre un mundo a
captar, a recrear y a reordenar por el arte. Ello no implica obviar el riesgo
que tras los reiterados golpes a una
puerta cerrada no haya nadie del otro lado, como en la obra teatral “La
cantante calva” de Ionesco.
Las dos partes del libro, si bien
identificadas en cuanto a la formalidad versolibrista, el lenguaje preciso y a
la vez instigador de aperturas de
significación, las enumeraciones y las
definiciones propuestas en función de hitos orientadores: “La proporción consiste en que
las cosas no sucedan todas juntas” o bien: “un precursor es el que ha llegado antes de tiempo,/ un plagiario el que
ha llegado tarde”, representan dos enfoques a complementarse en unidad de
temores y temblores. Así la primera parte, en algún punto fiel al precepto del
neoyorquino Louis Zukofsky: “Nada de metáforas”, aparece más objetivista. En tanto la segunda: “Fotos familiares”, deja
traslucir ex profeso cierta subjetividad
que despunta en el cielo de lo entrañable y apunta a no perderlo de vista, aun
a riesgo de pesares cuando “los brazos están rotos por haber abrazado las nubes”, según escribió Baudelaire.
Una subjetividad recatada y no disimulada recorre
por ejemplo la composición “El cigarro de mi padre”, donde se filtra la cuota de añoranza que impulsa al poeta a
imaginar –y vincular- en los signos del humo lejano del tabaco, las vocales y las
consonantes de un diálogo imposible ya: “Su
cigarro era una conversación con épocas distintas: el que había sido,/ el que
pudo ser y el que ya no sería;/ recogía miradas que ya no estaban en ningún
lugar/ y medía un tiempo descartado, otro recuperado:/ tan lejos de nosotros
que ya no había cómo acompañarlo”.
La lectura disparadora de inquietudes de “Llaman a la puerta”, tentativamente encauzada
por los títulos en letra pequeña y entre paréntesis dispuestos sobre cada poema,
reafirma el juicio vertido tiempo atrás en El País de Madrid por Alberto
Manguel: “La obra de Santiago Sylvester
es una de las más admirables de la poesía contemporánea en castellano. En esta
época de angustia e incertidumbre (como todas) Sylvester es el profeta de la fe
en lo temporal y lo constante”.
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Santiago Sylvester nació en Salta en 1942.
Se recibió de abogado en la
Universidad de Buenos Aires, trabajó en su juventud como
redactor en La Prensa donde
afianzó amistad con Oscar Hermes Villordo y el jujeño universal Jorge Calvetti.
Desde mediados de los años setenta del siglo pasado vivió en Madrid en un “transterramiento”
-por utilizar el término que acuñó el filósofo José Gaos- que se prolongó por
veinte años. Recibió allí premios, como en 1993 el Gil de Biedma conferido a su
libro “Café Bretaña”, por un jurado
presidido por Rafael Alberti e integrado por Mario Benedetti, José Manuel Caballero Bonald, Félix Grande y
Francisco Pino. Alternó las letras con
el asesoramiento profesional en materia de Derecho Laboral a la UGT (Unión General de
Trabajadores), la organización sindical obrera española de tendencia socialista
y socialdemócrata. De regreso al país publicó además de poesía, libros de
ensayos, de cuentos y reunió antologías de poetas del Noroeste Argentino.
Sylvester
es un integrante significativo de la generación
literaria que siguió a la del sesenta, aquella que más experimental que
sentimental dejó atrás el neorromanticismo
que caracterizó a su antecesora del cuarenta -y algo a la del cincuenta que
historió Luis Ricardo Furlan- entre batientes tambores de guerra revolucionaria
en los casos de Gelman, Urondo o del
algo menor en edad Alberto Szpunberg, cuando no afinó el verbo en la voz metafísica y de arcangélicos tanteos del
salteño Jacobo Regen.
Casado con la escritora, crítica e
investigadora literaria Leonor Fleming, manifiesta a quien quiera escucharlo que
se siente próximo en la cosmovisión estética y cómplice en
experiencias de vida –en algunos casos el exilio-, con sus pares generacionales
Horacio Salas, Luis Felipe Oteriño, Fernando Sánchez Sorondo y sus
comprovincianos Leopoldo Castilla y Teresa Leonardi, fallecida ésta en marzo de
2019. Empero, salteño de pura cepa al
fin y ajeno a todo parricidio intelectual, sigue abrevando en la fuente
inagotable de los creadores de su terruño. Así en Joaquín Castellanos, el autor
en 1887 de “El borracho” que en 1923 reeditó como “El temulento”, un término que criticó Lugones
por considerarlo “voz erudita, latín puro”.
De Castellanos que con Leandro Alem participó y fue herido en los
sucesos del Parque en 1890 y se
desempeñó como legislador provincial y nacional, ministro en la provincia de
Buenos Aires durante la gestión de
Bernardo de Irigoyen y gobernador de
Salta entre 1919 y 1921, destacó Sylvester en un artículo de 2005, la condición
de “poeta militante, no sólo como ideólogo, sino como actor de la
vida política”. Y como no podía ser
de otra manera abreva también en Juan
Carlos Dávalos, al que dedicó un estudio hace poco dado a la imprenta.
Hasta recalar en otro de sus autores predilectos:
su amigo y en mucho maestro Raúl Aráoz
Anzoátegui. Del creador de “Tierras
altas” y “Rodeados vamos de rocío”,
Sylvester celebró en La Prensa el 4 de
agosto de 1985 tanto su voz poética cuanto su acogedora casa de Limache con su invernal fuego encendido, frente al que
el filósofo de Éfeso bien podría repetir aquello de “Aquí también hay dioses”. Y
es de representarse que todo sacro fuego, en crepitante acción no devoradora
sino integradora, requiere de la
interacción de quienes reunidos a su alrededor, leña a leña y verso a verso lo
alimenten. En esa tarea anda.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La
Prensa el 8 de marzo de 2020.-)
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