miércoles, 18 de marzo de 2020

"LLAMAN A LA PUERTA" DE SANTIAGO SYLVESTER, O LA POESÌA EN ACCIÒN E INTERACCIÒN



                                                           
          El más reciente libro de poesía de Santiago Sylvester: “Llaman a la puerta”, muestra desde el título un ánimo para ejercitar el  enriquecedor Yo-Tú. En ese sentido es de  anotar que en una continuidad no iterativa, bautizó “La conversación” a su anterior entrega poética, publicada en España en 2017; antología o suerte de summa de su producción hasta esa fecha.
        Claro está que el autor parece marcar reglas  al dar el primer paso tendiente a entablar esa plática donde la realidad con sus manifestaciones más actuales, concretas y hasta prosaicas como el facebook, resulta una materia prima a ser moldeada mediante la interrogación poética por su fondo y su alcance; es decir por su verdad en el sentido de ejercicio develador de esencias.  Por lo mismo  los versos libres que componen “Llaman a la puerta”, sugieren en su génesis los mismos asombros que impulsaron hace más de veinticinco siglos el quehacer filosófico a orillas del Jónico y el Egeo,  no en vano la mención a Platón en la primera página y a Heráclito en la 24.  
      En cuanto a aquellas antedichas reglas, por de pronto una impone el rechazo al demagógico y promiscuo tuteo con los lectores. En consecuencia no representa un detalle menor el reiterado empleo de la tercera persona del singular o del trato de usted en varios pasajes. “Las palabras primordiales no significan cosas, sino que indican relaciones”, explicó Buber. Y esas relaciones se intentan aquí, nunca  poniendo distancia, pero sí es de suponerlo,  con la conciencia de que al proponer desde el papel puntos de vista personales y rigurosos con la clarividencia que “no hay seguro a todo riesgo”, es requisito antes que la mera y superficial complicidad,  una respetuosa atención –y una contagiosa tensión- entre el emisor y el receptor del mensaje,  cuyo campo de acción  no puede ser por cierto el uso del tuteo: “No olvide que estamos rodeados de precedentes,/ ese hombre que cruza la calle está tapado de precedentes,/ el saludo que le envío ahora/ es casi sólo precedentes.”     
      La actitud y aptitud para el diálogo de  Sylvester  -miembro de número de la Academia Argentina de Letras, designado en 2015- es propia de quien con  instinto, conciencia, responsabilidad,  vocación e inspiración, se afirma en un aquí y ahora donde la zozobra no lo desvincula sino más bien lo religa con el mundo de la vida y su mapa tentativo y tentador de posibilidades y hasta por qué no riesgoso de imposibilidades, que en el ciclo de las concausas alcanzarán su marca de peripecia:  “vivimos en zigzag” dice ni pesimista ni optimista y más bien catador fino del gusto del Sí y el No, frente a los que “ningún sobresalto está fuera de servicio”.
     Los  parlamentos de Sylvester no lo son en consecuencia con la musa inspiradora, según la tradición forjada por antecesores suyos en el oficio lírico, sino que se disparan con mensajes plenos de imaginación y sabiduría (de vida precisamente), presentados con sobria belleza y dirigidos a sus semejantes de carne y hueso. Será por eso que no dice el título de este poemario “tocan” a la puerta, sino “llaman” a ella. Y es que entre el ejercicio  de los nudillos y el  reclamo de la voz humana se abre un mundo a captar, a recrear y a reordenar por el arte. Ello no implica obviar el riesgo que  tras los reiterados golpes a una puerta cerrada no haya nadie del otro lado, como en la obra teatral “La cantante calva” de Ionesco.         

     Las dos partes del libro, si bien identificadas en cuanto a la formalidad versolibrista, el lenguaje preciso y a la vez  instigador de aperturas de significación, las enumeraciones y  las definiciones propuestas en función de hitos orientadores: “La proporción consiste en que las cosas no sucedan todas juntas” o bien: “un precursor es el que ha llegado antes de tiempo,/ un plagiario el que ha llegado tarde”, representan dos enfoques a complementarse en unidad de temores y temblores. Así la primera parte, en algún punto fiel al precepto del neoyorquino Louis Zukofsky: “Nada de metáforas”, aparece más objetivista.  En tanto la segunda: “Fotos familiares”, deja traslucir ex profeso cierta  subjetividad que despunta en el cielo de lo entrañable y apunta a no perderlo de vista, aun a riesgo de pesares cuando  “los brazos están rotos por haber abrazado las nubes”, según escribió Baudelaire.
     Una subjetividad recatada y no disimulada recorre por ejemplo la composición “El cigarro de mi padre”, donde se filtra la  cuota de añoranza que impulsa al poeta a imaginar –y vincular- en los signos del humo lejano del tabaco, las vocales y las consonantes de un diálogo imposible ya: “Su cigarro era una conversación con épocas distintas: el que había sido,/ el que pudo ser y el que ya no sería;/ recogía miradas que ya no estaban en ningún lugar/ y medía un tiempo descartado, otro recuperado:/ tan lejos de nosotros que  ya no había cómo acompañarlo”.     

     La lectura disparadora de inquietudes  de “Llaman a la puerta”, tentativamente encauzada por los títulos en letra pequeña y entre paréntesis dispuestos sobre cada poema, reafirma el juicio vertido tiempo atrás en El País de Madrid por Alberto Manguel: “La obra de Santiago Sylvester es una de las más admirables de la poesía contemporánea en castellano. En esta época de angustia e incertidumbre (como todas) Sylvester es el profeta de la fe en lo temporal y lo constante”.   
                                                              
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     Santiago Sylvester nació en Salta en 1942. Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, trabajó en su juventud como redactor en La Prensa donde afianzó amistad con Oscar Hermes Villordo y el jujeño universal Jorge Calvetti. Desde mediados de los años setenta del siglo pasado vivió en Madrid en un “transterramiento” -por utilizar el término que acuñó el filósofo José Gaos- que se prolongó por veinte años. Recibió allí premios, como en 1993 el Gil de Biedma conferido a su libro “Café Bretaña”, por un jurado  presidido por Rafael Alberti e integrado por Mario Benedetti,  José Manuel Caballero Bonald, Félix Grande y Francisco Pino.  Alternó las letras con el asesoramiento profesional en materia de Derecho Laboral a la UGT (Unión General de Trabajadores), la organización sindical obrera española de tendencia socialista y socialdemócrata. De regreso al país publicó además de poesía, libros de ensayos, de cuentos y reunió antologías de poetas del Noroeste Argentino.
      Sylvester es un integrante significativo de la  generación literaria que siguió a la del sesenta, aquella que más experimental que sentimental dejó atrás el neorromanticismo  que caracterizó a su antecesora del cuarenta -y algo a la del cincuenta que historió Luis Ricardo Furlan- entre batientes tambores de guerra revolucionaria en los casos de Gelman,  Urondo o del algo menor en edad Alberto Szpunberg, cuando no afinó el verbo en la voz  metafísica y de arcangélicos tanteos del salteño Jacobo Regen.
     Casado con la escritora, crítica e investigadora literaria Leonor Fleming, manifiesta a quien quiera escucharlo que se siente  próximo en  la cosmovisión estética y cómplice en experiencias de vida –en algunos casos el exilio-, con sus pares generacionales Horacio Salas, Luis Felipe Oteriño, Fernando Sánchez Sorondo y sus comprovincianos Leopoldo Castilla y Teresa Leonardi, fallecida ésta en marzo de 2019.  Empero, salteño de pura cepa al fin y ajeno a todo parricidio intelectual, sigue abrevando en la fuente inagotable de los creadores de su terruño. Así en Joaquín Castellanos, el autor en 1887 de “El borracho” que en 1923 reeditó como  “El temulento”, un término que criticó Lugones por considerarlo “voz erudita, latín puro”.  De Castellanos que con Leandro Alem participó y fue herido en los sucesos del Parque en  1890 y se desempeñó como legislador provincial y nacional, ministro en la provincia de Buenos Aires durante la gestión  de Bernardo de Irigoyen  y gobernador de Salta entre 1919 y 1921, destacó Sylvester en un artículo de 2005, la condición de “poeta militante, no sólo como ideólogo, sino como actor de la vida política”. Y  como no podía ser de otra manera abreva  también en Juan Carlos Dávalos, al que dedicó un estudio hace poco dado a la imprenta.
     Hasta recalar en otro de sus autores predilectos: su amigo y  en mucho maestro Raúl Aráoz Anzoátegui.  Del creador de “Tierras altas”  y “Rodeados vamos de rocío”, Sylvester celebró en La Prensa el 4 de agosto de 1985 tanto su voz poética cuanto su  acogedora casa de Limache  con su invernal fuego encendido, frente al que el filósofo de Éfeso bien podría repetir aquello de “Aquí también hay dioses”. Y es de representarse que todo sacro fuego, en crepitante acción no devoradora sino integradora,  requiere de la interacción de quienes reunidos a su alrededor, leña a leña y verso a verso lo alimenten. En esa tarea anda.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 8 de marzo de 2020.-)               

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