El profesor Raúl Lavalle, un querido amigo latinista con el que
compartimos, entre otros empeños culturales,
la aventura de la revista literaria Ápices desde el primer número, fue el
que lo advirtió con su prodigiosa memoria de políglota y me lo recordó: han pasado
largas cuatro décadas desde la publicación de mi inicial libro: un poemario en formato
de bolsillo que titulé “Las veredas” y cuyo colofón documenta que ciertamente
se terminó de imprimir en el mes de marzo de 1975.
Dos veces veinte años es mucho tiempo y hasta lo hubiera reconocido así
el mismísimo Alfredo Le Pera; como que al enfocar en perspectiva tal trecho, en general las situaciones que lo llenaron dándole sentido, densidad, escenario,
apenas suenan hoy en el espíritu con sordina
y, las más veces, ni siquiera eso y finaliza ganando la partida el
olvido que juega siempre con cartas marcadas. No obstante surgen como rocas
desafiantes al oleaje de la desmemoria, hechos y momentos del pasado, intactos
o mejor aún, reconstruidos por la emoción de recuperarlos.
Será por eso que me reconozco -o me reinvento- al promediar diciembre de
1974, con los originales bajo el brazo de mis sonetos juveniles en extremo
crípticos, a punto tal que mi tío el
poeta Jorge Obligado me manifestó al leerlos que muy vagamente los
entendía y me sugirió perseguir en lo
posible la claridad; de coplas donde advierto
ahora que sí dejé algún margen para la frescura y la espontaneidad como lo
requiere el género o del Romance de Lázaro
Gómez, un poema de tema histórico “cabalmente logrado”, según juzgó con
benevolencia desde las columnas del desaparecido periódico Mayoría el escritor José
Eusebio Rodríguez Caso y que yo compuse en metro decasílabo entre los dieciocho
y diecinueve años.
Entre
tantas siluetas superpuestas -o contrapuestas-, trato de buscarme llevando presuroso
ese material mecanografiado a una imprenta en la calle Uriarte al 1000, en el
barrio de Palermo. Sus propietarios eran unos conocidos de Raúl Padró, mi compañero de la Facultad de Derecho de la UBA que con el tiempo fue
elegido por el voto popular, miembro del desaparecido Consejo Deliberante de la
ciudad de Buenos Aires. Gracias a su intermediación pude conseguir un precio en
extremo accesible que me permitió cumplir con el sueño -vivo desde la
adolescencia- de ver en letras de molde mis versos. Por ese motivo, sumado a
que su hermano, el artista plástico Pablo Padró me diseñó la tapa a su pedido,
aparece dedicada a él la edición bajo la invocación a mis padres.
“Te puedes arrepentir de publicar
prematuramente”, me había advertido tiempo antes mi padre que dejó afuera de su
bibliografía, por juzgarlas cursis y tontas, las plaquetas poéticas iniciales que dio a
conocer en Salta. No lo escuché, tan convencido estaba de que mi labor
veinteañera o incluso anterior a esa edad era ya madura y definitiva. Debía
sentir que Rimbaud y nuestro Enrique Banchs me señalaban que la precocidad y la
inmortalidad eran dos caras de una misma moneda. El desengaño me llegó a poco
por supuesto, aunque no me arrepiento de esas “Veredas” inaugurales; muchas
veces con baldosas flojas en las que venía tropezando y me salpicaban el apuro por llegar a ninguna
parte: “Esquina sin vuelta” se titula mi más reciente poemario, como si algo me
hubiera instado en forma inconciente, con la apelación a esa “aporía”, a cerrar
un trayecto lírico y existencial cuarenta años después de iniciado. Por
supuesto espero que no sea más que una casualidad la denominación que se me
ocurrió el pasado 2014.
Pero si no me arrepiento de esas aceras
idealizadas a las que describí –lo advierto- tachonadas de “clavos de lluvia”,
donde también el aguacero caería por igual sobre la ciudad y sobre mi corazón,
como escribió Verlaine, es porque a la colección le siguió más de una docena de
nuevos títulos, algo demostrativo de que mi puntapié inicial en las letras no fue
como el acné juvenil, un riesgo sobre el
que me advirtió José Gobello en una nota bibliográfica que me dispensó algo más
tarde.
Recorro sus páginas y encuentro el
poema: “Almaraz Guevara como tantos”,
síntesis y augurio de mi actitud rebelde de entonces y de ahora, aunque lejos
de cualquier sectarismo ideológico piense en la actualidad con Octavio Paz que
“la modernidad es el reino de la crítica”. Los nombrados son unos versos alusivos
–mucho antes de abrevar en “El Che amor”
de Alberto Szpunberg- a la utópica promesa redentora guevarista, extendida
sobre el prefijado destino de pobreza y analfabetismo de tantos condenados de
la tierra (Frantz Fanon dixit) que simbolicé en el nombre criollo “Almaraz”: en
realidad el de un boyerito adolescente del campo de un bisabuelo en Tornquist, y
alguien siempre evocado con ternura por una de sus hijas: mi abuela materna.
Lo cierto es que estrené mi
producción poética –desde antes venía publicando algunas notas en prosa- con parecido
orgullo y ánimo de ruptura de quien lo hacía en mi generación y en las
anteriores con los pantalones largos. Y cuánta alegría significó hacerme de los paquetes de la edición que ahora
advierto debí cuidar más atento las
erratas que encuentro y que de nada vale
justificar apelando al verso de Pedro Miguel Obligado: “gracias a mis errores
he vivido”. La alegría, en tanto, fue un sentimiento compartido con la familia
y los amigos y seguramente compensó en algo el desengaño que significó en mi
espíritu el peronismo en el poder, derechizado durante los postreros días de
vida de Perón y el gobierno de Isabel, hasta el extremo criminal de las Tres A,
del “Brujo” López Rega, el fascista Alberto Ottalagano en la Universidad de Buenos Aires y el nazi Alberto Villar como Jefe de Policía.
Un día domingo por la mañana de mediados
de ese año 1975, mi
madre que compraba La Nación
al regresar de misa, me despertó con la noticia de la aparición de un comentario
bastante favorable en el suplemento literario de ese diario, sin duda producto
de la pluma de Jorge Cruz. Y otro día recibí una carta manuscrita del
inolvidable Adolfo Pérez Zelaschi, que sentí como un espaldarazo. Y otro día me
llegó una invitación del poeta Vicente Trípoli para presentar la obra en el “Museo
de Motivos Populares Argentinos José Hernández”, por entonces bajo la dirección
de ese notorio miembro de la
Generación del ´40. Y otro día el escritor Alberto Córdoba
Zavalía se comidió a referirse al poemario en el acto programado en la sede del
Museo, en la Avenida
del Libertador, evento en el que la joven declamadora Marcela Casabella puso en
su voz algunos de mis versos. Y otro día mi padre trajo a casa la noticia de que
don Bernardo González Arrili que en la
redacción de La Prensa
hojeó la obra, enviada por mí a la
sección correspondiente del matutino, había celebrado que su viejo amigo
tuviera un hijo poeta.
Hasta que alguna
otra jornada noté que se espaciaban las novedades atinentes al libro. Aunque entrado el olvidable ´76, Domingo V. Gallardo
comentó su contenido en La
Jornada de Trelew y Lucas Padilla lo hizo en La Capital de Rosario, puntapié
inicial de mi vínculo afectuoso con él y oportunidad de conocer de principio a
fin el anecdotario de este sibarita del pensamiento, así como de mi
colaboración, sostenida durante veinte años, en el diario decano de la prensa
argentina que fundó Ovidio Lagos en 1867. Y hasta en abril del ´79 la obra demostró
ser capaz de ganar batallas después de…traspapelada; porque para entonces llegó
a mis manos una carta de Manucho Mujica Laínez con frases alusivas al volumen
dictadas por su proverbial generosidad. (Tengo aquí que aceptar con Cherterton
que el relato autobiográfico es el mejor pretexto para referirse a los otros,
para el caso con gratitud).
Después, irremediablemente,
se alzó el silencio sobre esas “veredas”,
cada vez con ecos más lejanos de mis pasos que por las vueltas de la vida tomaron otras
direcciones. Aunque ahora, y mejor que debido a la redondez de la tierra que
permite el regreso desde las antípodas, por la espiral con centro en el corazón
que traza la gentileza y atención de Raúl Lavalle, puedo reencontrarlas en otra encrucijada de la edad,
de la visión estética y de la emoción.
(Carlos
María Romero Sosa. Se publicó en
Calchaquimix, el 27 de noviembre de 2015)
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