jueves, 21 de julio de 2016

ENRIQUE S. INDA, HISTORIADOR DEL GENOCIDIO DE LOS ONAS



                       
                 


                                Durante el mes de diciembre de 2013, que se inició enlutado por la muerte en Johannesburgo de Nelson Mandela, perdió también la Argentina dos luchadores sociales. El jueves 19, falleció nonagenario el dirigente socialista y escritor Enrique Inda nacido en 1923 en Avellaneda[1]; en tanto el viernes 27, con ciento tres años y medio a cuestas, dejó de existir Clara Maguidovich, la viuda de Ángel Gabriel Borlengui, fundador y Secretario General de la Confederación General de Empleados de Comercio y Ministro del Interior del general Perón desde 1946 hasta 1955. Sé que Clara a la que lamento haber conocido poco, concurría a diario hasta no hace mucho  a la sede sindical de los empleados de comercio  para realizar allí tareas de promoción social.
                                En cambio con Enrique Inda, diputado (M.C.),  ex concejal y ex secretario del Partido Socialista Auténtico, puedo decir que me unió una amistad  epistolar que iniciamos en 2007.  Fue a partir de la recepción de una carta suya fechada el 15 de enero de ese año en la localidad de Aldo Bonzi del partido de La Matanza donde vivió las últimas décadas, a la que acompañaba su novela de temática austral El naufragio del Cabo de Hornos, publicada en 2005 en la colección Patagonia que dirigía el historiador y académico Néstor Tomás Auza. Por ese correo me anoticié  de que en la década del cuarenta del pasado siglo, cuando Inda fue destacado por la Dirección Nacional de Arquitectura para la reconstrucción del Cabildo de Salta, tuvo oportunidad de  vincularse con mi padre[2], que por entonces organizaba el museo histórico de la provincia, con sede en aquel edificio largamente abandonado hasta su recuperación por la ley que promovió en 1934 el senador Carlos Serrey que lo declaró monumento nacional y lo destinó en forma expresa a museo[3].
                                También a través de esa comunicación y de otras que se sucedieron,  supe de su frecuente concurrencia a la casa de Alfredo L. Palacios, en la calle Charcas próxima a las vías del ferrocarril, donde el prócer despejaba las dudas de los jóvenes visitantes Inda ingresó al partido socialista a los 17 años- al tiempo que les repartía galletitas de una lata de bizcochos Canale. Y me participó de su devoción por la causa de las Islas Malvinas a las que viajó en varias oportunidades, habiendo recorrido el archipiélago durante un mes entero en 1974 en compañía de su esposa. Conocí además, que su militancia en ese sentido le deparó amistades entrañables; así la del profesor Juan Carlos Moreno, el autor de Nuestras Malvinas (1938) y cofundador un 19 de octubre de 1939 con Palacios, Carlos Obligado y Antonio Gómez Langenheim -entre otras personalidades- de la Junta de Recuperación de las Islas, tal como ha recordado en la revista Todo es Historia (Nro. 359 correspondiente a junio de 1977) el periodista Juan Bautista Magaldi uno de los secretarios de aquella Junta. Ante  una pregunta mía referida al porqué de su concurrencia a Puerto Argentino para suscribir el Acta de Recuperación, a pocos días del desembarco del  2 de abril de 1982 dispuesto por la dictadura de Galtieri, me respondió con las siguientes palabras que hablan de sus convicciones: En total desacuerdo por la improvisación y ceguera absoluta de la Junta Militar, sin embargo, cuando vi que a muchachos de mí pueblo del cercano cuartel de La Tablada los habían enviado allá, mi deber como argentino era acompañarlos. Lo demás es historia, triste y desgarradora, pero que no afecta en nada nuestros derechos[4].
                                  
                                Tuve el obsequió después, de otros libros de carácter histórico de su pluma: El faro del fin del mundo (2007) y El exterminio de los onas (2008), dramática y documentada denuncia en castellano e inglés –en traducción de María Nuñez- sobre el genocidio perpetrado contra el pueblo selknam”; una justa acusación llevada a cabo en la brecha abierta  en 1928 por el abogado vasco afiliado a la Unión Cívica Radical José María Borrero (1880¿?-1931) en la obra “La Patagonia trágica”: “La total desaparición de este pueblo indígena –explica Inda- jamás ha tenido explicación oficial. Constituye un verdadero crimen por comisión y omisión de lesa humanidad. Una grave culpa de diversos gobiernos, perdida en las sombras de los tiempos y silenciada en la conciencia de los dirigentes”. Y continúa argumentando: “Los onas o selknam, ni por su número, siempre escaso, ni por su condición de nómades cazadores, jamás constituyeron un peligro ni una amenaza para los nuevos pobladores blancos que se fueron instalando en sus antiguos territorios. Los onas vagaban a pie, con sus familiares, sus mujeres y sus niños, llevando a cuesta los armazones de palos y los cueros de todos sus toldos; las bolsas con sus pobres y escasos enseres. Ellos no disponían de caballos; jamás organizaron ni ejecutaron malones con ejércitos de miles de jinetes armados de lanzas y boleadoras, como los araucanos de Calfucurá.[5]”  El volumen que comienza rescatando opiniones tan claras y valientes como las vertidas  por Amancio Alcorta en la sesión del 24 de noviembre de 1899 de la Cámara de Diputados de la Nación. O por Roberto J. Payró en La Australia Argentina y el sacerdote y geógrafo Alberto María De Agostini en Mis viajes a la Tierra del Fuego, obra publicada por ese salesiano en Milán en 1929, en sucesivos capítulos da cuenta de  las masacres de nativos fueguinos a manos de Julio Popper[6], un aventurero rumano de origen judío con título de ingeniero, atraído por la fiebre del oro y que hasta llegó a acuñar su propia moneda e imprimió en sus dominios timbres postales[7]; del naturalista argentino -discípulo de Gemán Burmeister- Ramón Lista, después según algunas  versiones defensor de los tehuelches y del gobernador chileno de Magallanes, capitán de navío Miguel de Señoret.  Y enfatiza sobre el escándalo de la caza a precio puesto en libras esterlinas que promovió el escocés Alexander McLennan apodado Chancho colorado, el administrador de la estancia Primera Argentina del asturiano  José Menéndez natural de Santo Domingo de Miranda, parroquia de Avilés y provincia de Oviedo[8].  Anota Inda con probada razón que a ese método de aniquilamiento al que era afecto también Samuel Hyslop,  lo siguieron rigurosamente varios otros agentes de los estancieros beneficiados por la privatización de la tierra fiscal de la Isla Grande en 1890; aventureros devenidos en latifundistas mediante el   latrocinio. A ellos y a su guardia pretoriana defendió  por motivos familiares  Armando Braun Menéndez en su Pequeña historia fueguina”.
                                  Pero junto a tantas miserias rescata el humanitario comportamiento de los misioneros anglicanos establecidos en Ushuaia en 1869 y en 1888 en la isla chilena Bayly, del grupo de la Isla Wollaston, en el confín del continente a pocas millas del Pasaje Drake, remitiéndose al estudio del pastor bautista  doctor Arnoldo Canclini: “Los indios del Cabo de Hornos” donde este historiador nacido en 1926 narra la epopeya filantrópica llevada a cabo por Sussan Ellen Gilbert-Nellie y Leonardo Henry Burleigh, un matrimonio  anglicano que con su pequeña hija se estableció en aquella inhóspita región batida por los vientos, apoyado sólo por un pequeño grupo de yaganes formados en La Misión de Ushuaia[9].
                                   Del mismo modo destaca Inda la protección que poco tiempo después brindaron a los naturales los sacerdotes salesianos -entre ellos monseñor José Fagnano tan enfrentado con Ramón Lista por sus crímenes,  oposición que le valió hasta recibir amenazas por parte del explorador y de su tropa-; siendo ese hecho, el del amparo a los  sobrevivientes onas por parte de los hijos de Don Bosco,   refrendado por el investigador padre Juan E. Belza (S.D.B.) autor de la obra en tres tomos En la Isla del Fuego, una de las fuentes principales de El exterminio de los onas como puede verse en la bibliografía citada.

                                Con la publicación en 2008 de este libro de denuncia, meditado y nada panfletario por cierto -antes dio a conocer en la misma colección dirigida por el profesor Auza otros estudios patagónicos como ser: “El tesoro del Monte Cervantes”, “El condenado del Fin del Mundo” y “Los sobrevivientes del Estrecho”-,  no clausuró su interés por el tema de los selknam y de su triste final a manos de la “civilización”. Cuando en julio de 2011 se exhibió en la Sala Moores del Museo Mitre la colección de fotos tomadas por la antropóloga de origen estadounidense-francés Anne Chapman, una discípula de Claude Lévi-Strauss, que registró el rito de iniciación hain de los varones jóvenes de aquel pueblo originario así como también reunió varias fotos instantáneas tomadas a la chamana y cantante Lola Kiepja y a Ángela Loij, mujeres onas ambas sobrevivientes hasta entrado el siglo XX de la limpieza étnica y receptoras de las tradiciones ancestrales de sus antepasados, sé que Inda concurrió en varias ocasiones a la muestra invitándome también a hacerlo.
                                   Le envié poco después la fotocopia de una noticia aparecida en algún matutino porteño en 1985 cuando falleció Rafaela Ishton, considerada “la última ona”. Me agradeció el aporte destinado a su archivo y me trasmitió por escrito la razón de su afán por reivindicar a esos naturales –voluntad que pronto advertí obedecía en el mejor sentido de la praxis  al plano íntimo de las vivencias y de los sentimientos: como que eran los ancestros  nada menos que de “los indígenas que conocí y fueron mis compañeros de trabajo en la Tierra del Fuego en la década del cuarenta”. Y porque como abrevó en el doctor Justo: “genuina es la teoría que surge espontánea de los hechos”[10] y en el caso suyo bien que lo fue la comprobación “in situ” en los años cuarenta del despojo y el genocidio de sus defendidos.     
            

                                       Enrique Inda, escritor comprometido con la justicia histórica, la justicia social y los valores republicanos que abrevó en sus lecturas a Juan B. Justo del que memorizaba largos pasajes de “Teoría y práctica de la historia”, había abrazado en su juventud una profesión que entendió patriótica en la línea trazada en materia de soberanía petrolera por los generales Mosconi y Baldrich: la de técnico en perforación y exploración petrolífera, actividad que le permitió conocer la Argentina profunda y en gran medida doliente. Enrique Inda, malvinero de la primera hora y defensor con sentido retrospectivo y actual de los derechos humanos, también de los de tercera generacional reconocidos por el artículo 41 de la Constitución Nacional a partir de la reforma de 1994, en tanto su activo compromiso con el medio ambiente que lo llevó  a fundar en Aldo Bonzi asociaciones ecologistas, fue un militante por la integración  latinoamericana a punto tal de remitirle hace unos años un mensaje al presidente Sebastián Piñera en solidaridad con la reivindicación boliviana de la salida al mar, inquietud a la que respondió con amabilidad el mandatario trasandino.
                                      Quizá su última manifestación pública correspondió a un correo de lectores que publicó La Prensa el 19 de noviembre de 2013 titulado Tregua política, donde propuso a todos los partidos políticos argentinos lograr un consenso por diez años de paz social, trabajo y lucha contra la corrupción y el narcotráfico.
                                    No era un optimista desentendido del presente sino un cruzado de la esperanza dispuesto a avanzar lanza en ristre contra pragmáticos y serviles de la realpolitik; alguien capaz de aportar lo suyo al caudaloso río  de la esperanza interminable cantado por María Elena Walsh. Y sí era todo un poeta, que de cuando en cuando deleitaba a los lectores del suplemento cultural del diario fundado por José C. Paz con sus composiciones en metro libre con elevados mensajes de sinceridad y humanidad.
                                                     
                 (Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Historia)



[1] A poco de enterarme de la noticia por el único aviso fúnebre que publicó La Nación al día siguiente,  di a conocer en la revista digital costarricense “Con Nuestra América”, el 11 de enero de 2014,  un artículo recordatorio suyo bajo el título: “Un socialista auténtico”.   http://connuestraamerica.blogspot.com.ar/2014/01/argentina-un-socialista-autentico.html
[2] Carlos Gregorio Romero Sosa (1916-2001)
[3] Además de lo realizado en el Cabildo de Salta, Enrique Inda participó hacia 1948 en la reconstrucción del Pucará de Tilcara  en la provincia de Jujuy. Fue a cuarenta años de su descubrimiento por Juan Bautista Ambrosetti y Salvador Debenedetti,; y cuando estuvo a cargo  de esa reconstrucción el profesor Eduardo Casanova titular  de la cátedra de Arqueología Americana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.-  
[4] Carta de Enrique Inda a Carlos María Romero Sosa fechada el  15 de enero de 2007 en Aldo Bonzi.-
[5] Enrique S. Inda: “El exterminio de los onas”:, Cooperativa de Trabajo Cultural y Educativa  Cefomar, Buenos Aires, 2008. Páginas 23/4.-
[6] Boleslao Lewin: “Quién fue el conquistador patagónico Julio Popper”, Buenos Aires, 1974. Editorial Plus Ultra.-
[7] Aníbal Héctor Allen: “Entre la historia y la esperanza de una región argentina llena de misterio TIERRA DEL FUEGO”, en Clarín Cultura y Nación, viernes 9 de agosto de 1979.-
[8] Juan E. Belza: “En la Isla del Fuego” Tomo II: Colonización,  Buenos Aires, 1975. Talleres del Instituto Salesiano de Artes Gráficas. Página 163.-
[9] Enrique S. Inda: Op. Cit.: páginas 30/31.-
[10] Juan B. Justo: “Teoría y práctica de la historia”, 2da. Edición. Buenos Aires, 1909.- Confrontar también en: http://www.fundacionjuanbjusto.org/2010/07/teoria-y-practica-de-la-historia-i.html..-

1 comentario:

SilviART dijo...

Agradezco este artículo sobre Don Enrique Inda, lo acabo de encontrar por casualidad.
Fui vecina y amiga personal de Don Enrique y de su esposa Cata, me consideraban "su nieta", siempre están en mi memoria y en mi corazón.
http://yomeloguisoblog.blogspot.com.es/search/label/ENRIQUE%20INDA
Tengo un blog personal con unas cuantas entradas dedicadas a ellos, las comparto porque fueron momentos felices y sumamente interesantes.