Entre
la nación mapuche con sus
reivindicaciones y su legión de antagonistas,
parece ser que se está abriendo otra grieta en la sociedad, más infranqueable
aún que la que existe entre los partidarios K y el sector mayoritariamente
reaccionario anti-K. Tarde o temprano Cristina y Macri pasarán a ser sólo una
página en la historia política que juzgará
sus aciertos y errores,
mientras que los miembros de los
pueblos originarios trasmitirán sus genes y con ellos sus afanes
reivindicatorios por las generaciones de las generaciones.
Más que grieta entonces, se trata de una brasa ardiente en reclamo de
justicia, porque el “problema del indio” lo crearon los blancos invasores, “la
oligarquía, que se repartió la tierra de que aquél fue despojado”, dicho en
términos de Liborio Justo, el hijo rebelde del presidente Agustín P. Justo, que
asimismo reprodujo en su obra “Pampas y
lanzas” aparecida con el seudónimo Quebracho, la exclamación de Santiago
Estrada extraída del libro Viajes: “¡Pobres indios! La civilización es responsable
de vuestra barbarie”
Por de pronto y como lo
adelantamos con preocupación en un correo de
lectores aparecido en La Prensa
el domingo 3 de septiembre del corriente,
se lee y escucha que hay sectores
que piden la represión con mano dura de los descendientes del pueblo ancestral
patagónico; en tanto varios comunicadores de medios hegemónicos intentan azuzar
la peregrina idea de algo así como una nueva Conquista del Desierto. Cuando
quizá la verdadera Conquista del Desierto sea la Reforma Agraria ,
según lo vislumbró Álvaro Yunque (Alcides Gandolfi Herrero) en la dedicatoria “a
los argentinos que la realicen”, que luce en la primera página de su libro de
1956: “Calfucurá la conquista de las pampas”,
reeditado en 2008 por la Biblioteca Nacional , con eruditos prólogos de
Guillermo David y Mario Tesler.
Hay clima guerrero frente a las ocupaciones de tierras por los mapuches,
realizadas en palabras de los poco escuchados voceros de éstos para exigir el
cumplimiento de lo prescripto en el inciso 17 del artículo 75 de la Constitución Nacional.
Y lo hay entre los partícipes de un nacionalismo puramente territorial y
demarcatorio de límites internacionales,
que devoto de la propiedad privada, no
cuestiona las estancias británicas o de británicos como Joseph Lewis, el amigo
del presidente Macri, ni las posesiones de la Corona Holandesa
vía Máxima Zorreguieta, ni lo hace con los latifundios de empresas
multinacionales como Benetton que poseen verdaderos Estados privados con
ejércitos propios, entre otros sitios en suelo de nuestras provincias sureñas, como
el neuquino País de las Manzanas del legendario
Lonko Sayhueque.
En forma harto curiosa, eso sí, se bate el parche de la solidaridad con otros
pueblos originarios extinguidos o en gran medida mestizados con mapuches, como
los tehuelches. ¿Será porque los que estarían en pie de guerra son aquéllos y
no éstos? (Claro que la contienda, de serlo, se muestra desigual y los muertos
y desaparecidos los pone una sola parte: “Dos mapuches están graves tras ser desalojados de La Trochita ”, tituló La
Prensa el 13 de
enero del corriente, y ni hablar del caso de la desaparición forzada, entre
confusas explicaciones oficiales, de Santiago Maldonado en Chubut, voz que ironía
del destino o paradoja, en lengua tehuelche significa “transparente”. Se
extiende una línea entre ese presunto humanitarismo actual hacia los tehuelches
y aquella idealización del gaucho ya absorbido por la civilización del
antidemocrático Lugones de “El Payador”.
Sin embargo nada dijo esa corriente de pensamiento que no es nueva y viene
de lejos –y que las más veces propone un relato afín a los negocios de las corporaciones
de intereses agrícolas, ganaderos y petroleros, por no abundar sobre los
desmontes criminales en las provincias del NOA y el NEA, los poderes sojeros,
algodoneros, tabacaleros y el yacimiento de Vaca Muerta en la Cuenca Neuquina- de la extinción de los onas de Tierra del
Fuego, que denunció el dirigente
socialista y ex legislador Enrique Inda en su libro titulado precisamente “La
extinción de los onas” (2008).
Y calló en 1924 frente a la matanza perpetrada el 19 de julio de aquel
año de centenares de indígenas en la Reducción Aborigen
de Napalpí, en el Chaco, cuando era gobernador del Territorio Nacional el
político radical Fernando Centeno y presidía la República Marcelo
T. de Alvear. Un crimen por el que el 4 de septiembre de 1924, manifestando
tener “pruebas palmarias” de los hechos pidió explicaciones al ministro del
Interior, Vicente Gallo, el diputado socialista Francisco Pérez Leirós. Fue recién
en enero de 2008 que esa provincia pidió
perdón público y sus autoridades realizaron un homenaje a la única
sobreviviente del genocidio: Melitona Enrique, a la sazón de 107 años. (Informó Clarín
que no tiene porqué mentir siempre, en su edición del 21 de febrero de 2011,
que cuando en 2004, la Asociación Comunitaria
de La Matanza ,
en representación de la comunidad toba, presentó una demanda contra el Estado
argentino por los crímenes de lesa humanidad del 19 de julio del 24´, la
negativa estatal fue contundente: “No está acreditado el vínculo entre los
reclamantes y los fallecidos”). Es que la historia oficial silenció por décadas
la matanza, al punto que en el capítulo correspondiente a la historia del Chaco escrita por Ernesto J. A. Maeder para la Historia de las
Provincias y sus Pueblos publicado por la Academia Nacional
de la Historia
en 1967 (Tomo IV), no se la menciona.
Y otro tanto ocurrió en 1947 cuando el trágico “Octubre Pilagá”, así se
titula el film documental de la realizadora Valeria Mapelman por aquella etnia
masacrada entonces -bajo el gobierno de Perón- en Rincón Bomba, en Formosa, por mano de la
gendarmería al mando de su Director
Nacional Natalio Faverio. Por ese genocidio de pilagás, tobas y wichis que
habían regresado hambrientos sin ser contratados por el ingenio salteño El
Tabacal de Robustiano Patrón Costas, en 2015 la Cámara Federal de
Resistencia confirmó el procesamiento sin prisión preventiva del ex gendarme
Carlos Smachetti, de 97 años, único imputado en la causa, sentenciando que “es
un deber jurídico del Estado, la investigación y sanción de los responsables de
graves violaciones a los derechos humanos.” Se taparon hasta entonces
los asesinatos porque era más saludable
y liberador de la conciencia social, y ello hasta que comenzó a hacerse carne
en parte de la comunidad argentina el
tema de los derechos humanos, recordar en
1984, el llamado último malón del 19 de marzo de 1919 contra el fortín
formoseño de Yunka, al cumplirse 75 años.
No
obstante justo es resaltar, contraponiendo a tanto silencio hipócrita y
belicismo racista contra “Los indios,
nuestros primeros desaparecidos”, en términos de David Viñas, que la Corte Suprema de
Justicia en 2008, tomando en cuenta un
dictamen de la
Procuración General de la Nación ,
falló a favor del mapuche-tehuelche Mauricio Fermín, acusado de usurpar
tierras, que se reconocieron como suyas, dejando sin efecto una resolución del
Supremo Tribunal de Chubut. Y sobre todo será del caso tomar ejemplo e
identificarnos los argentinos con la
visión liminar y justiciera de nuestros próceres al respecto.
Así y vaya como muestra, la muy clara del General San Martín que llamó
paisanos a los indios: “Yo también soy indio”, se le escuchó decir a los
caciques en el campamento del Plumerillo y lo cuenta en sus Memorias, Manuel
Olazábal. San Martín hasta les pidió permiso para cruzar los Andes: “he creído del mayor interés tener un
parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que
si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y
segundo, el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté a
sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan
reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por
lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino,
quedando en el entretanto mandando el ejército el Señor Brigadier don Bernardo
O´Higgins”, escribió el Libertador
al Director Pueyrredón en septiembre de 1816.
El episodio, comenta Adrián Moyano, fue tomado por Mitre
nada más que como un momento de la “guerra de zapa”. Una actitud “indigenista”
antes de emplearse el término, sobre la que Ricardo Rojas, más allá de su propia
cosmovisión de la Eurindia ,
en algo consonante con el exotismo modernista, planteó dudas en su libro “El
santo de la espada”: “San Martín se
sirvió de tales propósitos –de reivindicación-, no sabemos si por convicción o
por cálculo político. El caso es que en septiembre de 1816 hizo una excursión a
las riberas del Diamante y en el citado Fuerte de San Carlos convocó a los
caciques y capitanejos de la región a fin de parlamentar con ellos”.
O la de Manuel Belgrano –ideólogo principal e impulsor junto a Güemes del
Plan del Inca que ridiculizó el hacendado porteño Tomás de Anchorena- y autor
del Reglamento Político y Administrativo y Reforma de los Treinta Pueblos de
las Misiones, que Alberdí incorporó como una de las bases de la Constitución.
O la de Mariano Moreno defensor de los originarios explotados en el Alto
Perú.
O
la de Juan José Castelli y su proclamación desde las ruinas del Tiahuanaco de la libertad de los pueblos autóctonos.
O la de Bernardo de Monteagudo redactor de la independentista Proclama
de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, promoviendo en ella la libertad de los
indios.
O
la de José Gervasio de Artigas, padre adoptivo
del héroe guaraní, comandante Andresito…(Anotició El País, que por estos
días un estudiante en la ciudad de Buenos Aires pidió perdón por hablar mejor
guaraní que castellano con los previsibles riesgos de ser discriminado ¡!).
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Pero volviendo al específico tema mapuche, la discusión de si es o no
pueblo originario quizá sea bizantina. Viene
afirmando que no lo es tal, el historiador
doctor Roberto Edelmiro Porcel en charlas, artículos y en su libro ciertamente documentado:
“Pueblos originarios argentinos” (2013). Aunque si como otros estudiosos lo afirman
-tal el presbítero Alberto Espezel-, los mapuches cruzaron la Cordillera ya en el siglo XVII, no tendría
sentido hablar de chilenos o argentinos sin caer en anacronismo.
¿Fue Callfucurá, cabeza de la dinastía de los Piedra que estudió
Estanislao Zeballos, “el Napoleón del desierto”, coincidiendo con la reciente invocación
del pintor Duillo Pierre, autor de la muestra “Ulmen, el imperio de las
pampas”, que admiramos en 2011 en el
Centro Cultural Recoleta? Lo
indiscutible es que los cultos europeos hubieran construido una leyenda con una figura como la del vencedor
de Bartolomé Mitre en la batalla de Sierra Chica, que llevó a decir al después
presidente: “El desierto es inconquistable.”
Los
europeizantes nativos, en cambio, suelen
despreciarlo y también a su pueblo. En ese sentido llama la atención y de hacerse
público resultará sin duda motivo de irritación y hasta de escándalo para
muchos católicos, que en un acto llevado a cabo en fecha reciente en la Academia Nacional
de Ciencias Morales y Políticas, sentado junto al orador que alentó la
represión por medio de las Fuerzas Armadas a los mapuches y denunció a los sacerdotes
salesianos y a algunos obispos de la Patagonia por participar de sus reclamos
ancestrales, se encontraba nada menos que el Arzobispo de La Plata , Monseñor Héctor Aguer.
Claro que la Iglesia Argentina
tiene otras presencias iluminadoras, por ejemplo la del inolvidable Monseñor
Jaime de Nevares, el defensor sin concesiones de los derechos humanos durante
la dictadura y gran amigo de los mapuches. Con un nutrido grupo de ellos peregrinó
al encuentro de Juan Pablo II en la visita a la Argentina realizada por el
Pontífice en 1987.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en SALTALIBRE.NET,
el 5 de septiembre de 2017)
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